Si luego de casi cuatro generaciones los estadounidenses aún aguardan por conocer los “archivos secretos” sobre el asesinato en 1963 del presidente John F. Kennedy, es de esperar que la verdad detrás de los sucesos del 11 de septiembre de 2001 no verá la luz tal vez en mucho más de un siglo.
Y es que la penumbra que envuelve todos los episodios previos y ulteriores al ataque terrorista de dieciocho años atrás contra las Torres Gemelas y el Pentágono, resulta ser mil veces más densa y tóxica que las columnas de polvo y humo que pulularon en Nueva York aquella mañana.
No parece haber dudas de que, en efecto, comandos de Al Qaeda tuvieron a su cargo el secuestro de aviones comerciales convertidos en verdaderos misiles dirigidos contra varios “símbolos” de la sociedad estadounidense. Pero lo que todavía se hunde en un profundo huraco es cómo aquello fue posible, junto a las evidencias de que al parecer existió una trastienda conspirativa mucho más amplia que el grupo de adeptos a Osama Bin Laden involucrado directamente en el ataque.
Así, medios políticos locales de ultraderecha no se escondían para afirmar, desde mucho antes de los atentados, que los Estados Unidos necesitaba de un golpe interno de alta conmoción que sacara a la gente de su “cotidiana modorra”, de manera de poder lanzar al país a la reconquista de sus más altos y definitivos escalones hegemónicos.
Se requería entonces de un pretexto y una motivación extraordinarios para que toda la sociedad aplaudiese y acatase las políticas y acciones agresivas en ese sentido. Algo así, en materia de “incentivo”, como el buque Maine hundido violentamente en la bahía de La Habana a finales del siglo XIX, o el ataque militar nipón a Pearl Harbor en 1941.
En consecuencia, cuando varias semanas antes de los atentados los servicios secretos de Rusia, Egipto, Israel, Francia y Alemania alertaron a sus similares norteamericanos de posibles ataques terroristas contra objetivos locales mediante el uso de aviones comerciales, el gigantesco aparato interno de seguridad, integrado por miles de agentes de la CIA, el FBI, los cuerpos armados, y otras instituciones oficiales, dejó pasar las advertencias como quien no las valoraba en su justa medida, o lo peor, no deseaba tomarlas en cuenta.
El presidente ruso, Vladímir Putin, declaró entonces sobre aquellas alertas: “Me quedé completamente sorprendido por la reacción de Washington. Levantaron los hombros y dijeron que no podían hacer nada porque los Talibanes no extraditaban a Bin Laden.”
Se suma a todo ello, por ejemplo, la inusual respuesta del CODAN, el Comando para la Defensa del Espacio Aéreo norteamericano, el día de los atentados contra diferentes puntos urbanos.
Así, ese organismo recibió a las 8:24 am del 11 de septiembre el reporte del secuestro del primer avión que se estrellaría contra las Torres Gemelas a las 8:46 am, y tardó hasta las 8:52 am en dar órdenes para la salida de dos interceptores de la Fuerza Aérea que llegaron al lugar de los sucesos a las 9:10 am, 24 minutos después del impacto.
El segundo avión secuestrado y lanzado también sobre las Torres Gemelas, cortó el contacto con tierra a las 8:43 am. Un minuto después, a las 8:44 am, el CODAN recibe la noticia…pero no hace nada. A las 9:03 am la nave choca con su objetivo.
Con relación al vuelo que impactó contra el Pentágono se pierde el contacto a las 8:51 am. A las 9:26 am el CODAN recibe el parte y ordena la salida de aviones de caza. A las 9:38 am se produce el choque contra un ala del Departamento de Defensa, y a las 9:48 am los interceptores llegan al lugar.
La cuarta nave es secuestrada sobre las 9:29 am. A las 9:32 am el CODAN envía aviones de combate en su busca. Sobre las 10:06 am el Boeing cae a tierra al borde de un bosque de Pennsylvania, y a las 10:16 am los interceptores llegan a su destino.
En pocas palabras, un comportamiento de netos “principiantes nerviosos” en un sistema que se supone afilado y listo para defender los cielos del imperio.
Otro dato llamativo: las naves de combate enviadas por el CODAN, con velocidades máximas de diseño de 2 mil 500 a 3 mil kilómetros por hora, se movieron siempre -en medio de tan inédita situación de emergencia- entre el 35 y el 37 por ciento de sus posibilidades reales de desplazamiento.
Pero esta historia desde luego que no fue divulgada como merecía. La tarea, en el nuevo escenario, era centrarse con urgencia en establecer la idea pública de un “ataque foráneo”, de una “agresión a manos de forajidos externos” de manera de alebrestar el odio, el patrioterismo y el deseo de venganza, a la vez que alejar sospechas con relación a otros ámbitos.
Los “únicos responsables” estaban ahí, los extremistas musulmanes que (eso también se guardó con celo) Washington ya había utilizado a manos llenas en Afganistán y seguiría amamantando hasta los días del Estado Islámico y Al Nusra durante la agresión a Siria aún en marcha.
Entonces, en apenas horas, la CIA, el FBI y todo el desvariado aparato de seguridad empezó a mostrar sus hasta entonces ausentes “aptitudes”.
Así, se informó de la aparición, entre las ruinas aún incandescentes de las Torres Gemelas, del “intacto” pasaporte de Mohammed Atta, el presunto jefe del comando terrorista. Curiosamente, el documento de marras saltó del bolsillo del secuestrador, sorteó la violenta muerte de su dueño, planeó desde decenas de pisos de altura entre toneladas de acero y concreto cremados, burló las temperaturas de mil 200 grados del incendio provocado por la explosión de la nave con más de 30 mil litros de combustible en sus tanques, y descendió impoluto hasta las manos de los “sagaces investigadores” para atestiguar que, en efecto, los Estados Unidos “estaba bajo ataque”.
Paralelamente, la larga permanencia de los terroristas en el país, su paso por academias de aviación, sus abultadas cuentas bancarias con dinero enviado desde el exterior, y hasta sus multas por exceso de velocidad, salieron a la luz como evidencias absolutas de la “conspiración exterior”.
El terreno estuvo listo entonces para que el presidente en aquel entonces George W. Bush proclamase, fragoso ante un mundo impactado por la tragedia, que “quienes no están con nosotros, están contra nosotros” y que llevaría la venganza Made in USA a “todos los oscuros rincones del orbe”, al tiempo que daba la orden para la “cruzada global contra el terrorismo” que disfrazaría la planeada de antemano “conquista de Medio Oriente y Asia Central”.
Una “patriótica y honrosa campaña” a la cual los norteamericanos de a pie debían entregarse gustosos en “defensa de los intereses nacionales” y ante “una brutal herida propinada desde el exterior en su piel y su orgullo.”
manolo
10/9/19 11:14
Y.... muchas cosas mas, solo ver los documentales que se pueden encontrar en youtube para darse cuenta de que se trata de una autoagresion o al menos como dice el articulo: desidia ante los reiterados avisos.
Algo asi ocurrio con JFK que habia sido "avisado" desde Cuba y tambien lo pasaron por alto !!
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