miércoles, 1 de mayo de 2024

De Chile a Bolivia: un solo golpe de Estado

Intromisión de Estados Unidos contra América Latina y El Caribe...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 16/11/2019
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Indígenas bolivianos protestan contra golpe de estado.

Estados Unidos (EE.UU.), potencia imperialista mundial, no improvisa. Sus planes de conquista para apoderarse de los recursos naturales de los países son guiones iguales escritos, con apenas matices, desde hace más de un siglo. América Latina y El Caribe han sufrido, en especial, la voracidad de un sistema que se alimenta del bien ajeno mediante el derrocamiento de gobiernos legítimos que no responden a sus intereses.

Hay muchas, y triste historias, en las relaciones entre la gigantesca nación que una vez fuera colonia del Reino Unido, y se empeña en devolver la bofetada poniendo sus botas sobre países que pretenden mantener bajo su dominio. Pensadores y patriotas de América Latina alertaron en el siglo XIX sobre el peligro que EE.UU. representaba para los pueblos del Sur continental.

En momentos en que la región latinoamericana pretendió independizarse de sistemas neoliberales anacrónicos, cuya ineficiencia ha quedado demostrada,  EE.UU. aparece como principal promotor de los golpes de estado sucedidos en esta zona geográfica. Repetición del guión utilizado para apoderarse de los recursos naturales que mantienen su poderío.

El motivo es siempre el mismo: el imperio no puede darse el lujo de permitir que en su considerado patio trasero los pueblos intenten transformaciones progresistas que reestructuren las bases económicas capitalistas para fomentar su independencia y recobrar sus libertades perdidas en algunos recovecos de la historia.

La Bolivia de Evo Morales cerró esta etapa negra iniciada con Chávez en 2002 y mucho antes con Chile, cuando un golpe militar derrocó el gobierno socialista de Salvador Allende en 1973. Y a otros más, mucho antes.

Las condiciones de la renuncia de Morales el pasado día 11, la ilegitimidad de los actores políticos contrarrevolucionarios, el papel fundamental de la embajada norteamericana en La Paz en el proceso golpista, verifican la política de odio de la derecha norteamericana y sus afines regionales  contra el progresismo. Lo que ocurrió en Bolivia no es un plan de Donald Trump. Así ha sido siempre, aunque el actual mandatario estadounidense  destaque por sus políticas de odio contra todo lo que huela a progreso, socialismo o revolución.

DE SALVADOR ALLENDE A MORALES

En 1998, luego de un período de dictaduras militares en Latinoamérica impulsadas por el derrocamiento de Allende en 1973, solo quedó Cuba, en solitario, como ejemplo de resistencia contra la criminal política norteamericana.

En 1998 surge una figura revolucionaria en Suramérica que estremece los cimientos de la Casa Blanca, que teme al peligro de la desobediencia del país con las mayores reservas petroleras del mundo, y que, como ocurrió, desatara los ánimos independentistas de la región.

Con la victoria del presidente venezolano Hugo Chávez  se abrió una nueva etapa de liberación para los latinoamericanos que aún observan en el ejemplo de ese país la posibilidad del integracionismo  sin la presencia de EE.UU..

A la Venezuela chavista siguieron otros países con victorias populares que llevaron al poder a figuras políticas antiimperialistas. Néstor Kirchner, en Argentina, Rafael Correa, en Ecuador, Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Michelle Bachelet en Chile, Tabaré Vázquez en Uruguay, Daniel Ortega en Nicaragua, y también en El Salvador, Guatemala y Paraguay se hicieron cargo de las nuevas realidades.

Aunque cada país posee características diferentes –desde la plurinacionalidad boliviana hasta los enfoques socioéconómicos nacionales- dos elementos son visibles en lo que se llamó por académicos ¨giro a la izquierda¨ : la reestructuración del Estado y el surgimiento de movimientos sociales que apoyaban los nuevos procesos con el ser humano como prioridad uno.

EE.UU., a pesar de las condiciones de pobreza y malestar político en Latinoamérica, -el 9% de los ciudadanos de ese subcontinente estaba desempleado y 43 % se ubicaba por debajo de la línea de pobreza resultante del neoliberalismo- fue sorprendido por un cambio de mentalidad de los pueblos hacia sus nuevos gobiernos, que modificaron las estructuras de las sociedades.

Organizaciones integracionistas, como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y la Alianza Bolivariana para los pueblos de América (Alba) surgieron para la defensa de las democracias y el desarrollo económico regional.

La Casa Blanca  se percató que perdía espacio, enredada en sus guerras inventadas en Oriente Medio, y sus halcones iniciaron lo que muchos llaman la reconversión hacia la derecha solo tres años después de que Chávez asumiera el Palacio de Miraflores, con un golpe de estado en el que jugaron un papel fundamental la embajada norteamericana y la Agencia Central de Inteligencia, según documentos desclasificados.

No contó Washington con el respaldo popular que acompañó al ex militar, que tuvo, como ahora su sucesor Nicolás Maduro, el apoyo de las Fuerzas Armadas Bolivarianas, integrados todos en la unión cívico-militar en defensa de la Revolución, asediada, bloqueada, pero firme hasta ahora.

La participación estadounidense en ese episodio que duró solo 48 horas, quedó demostrado en documentos desclasificados en 2006 por la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID, en sus siglas en inglés) que indicaban el financiamiento de grupos políticos opositores al gobierno de Caracas,  entre otros la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés), entidad financiada por el Congreso de Washington. Venezuela incluso mantiene la tesis de que vive bajo un permanente golpe de estado en marcha organizado por la administración de Donald Trump, promotor del llamado Grupo de Lima integrado por regímenes contrarrevolucionarios y el apoyo brindado al autoproclamado presidente interino Juan Guaidó.

Dos años después, el 29 de febrero de 2004, el presidente de Haití, Jean- Bertrand Aristíde fue obligado por un grupo de militares estadounidenses a abandonar su país. Los soldados extranjeros llegaron al hogar de Artístide en Puerto Príncipe y lo amenazaron con disparar a la población si no firmaba su renuncia y se marchaba a la República Centroafricana, adonde fue llevado por la fuerza. 

Comenzó, pocos años después, la etapa de los llamados golpes blandos, es decir, mediante mecanismos supuestamente legales.

En junio del 2009, por solo acercarse al Alba para llevar salud y educación a su atrasado país, se perpetró otro golpe, esta vez contra el presidente hondureño Manuel Zelaya, sacado por la fuerza de su residencia en ropa de dormir y trasladado contra su voluntad a Costa Rica. Parlamentarios de derecha y el Ejército asumieron la responsabilidad del derrocamiento.

Desde el exilio, Zelaya afirmó que " Los autores intelectuales de este crimen obedecen a una asociación ilícita de los viejos halcones de Washington con hondureños, propietarios de capitales y sus socios de subsidiarias, norteamericanas y agencias financieras".

En su interés por descabezar a la izquierda latinoamericana, también mediante un golpe parlamentario, el mandatario de Paraguay, Fernando Lugo, fue derrocado en 2012, acusado por el parlamento de mal desempeño gubernamental. El llamado Obispo de los Pobres había derrocando el poderío del Partido Colorado, aliado de Washington, que gobernó mas de seis décadas consecutivas.

En 2016, la presidenta brasileña Dilma Rosseauff sufrió un derrocamiento también parlamentario, sin pruebas concluyentes en las acusaciones por un supuesto mal manejo de una partida de dinero del Estado, dejando el campo libre a su vice, el derechista Michel Temer, luego acusado de corrupto y de ser el principal cómplice de ese llamado golpe blando.

Poco después, se inició un proceso contra el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva a quien la justicia brasileña condenó sin pruebas a 12 años y un mes de prisión por supuesta corrupción, y que pudo ser liberado hace apenas dos semanas tras cumplir 580 días de cárcel por una violación constitucional del Supremo Tribunal de Justicia.

El golpe se lo dieron a Lula aun antes de que volviera a ganar la presidencia brasileña en 2018, pues el falso manejo de un proceso no judicial sino político, impidió su candidatura.

En Ecuador, EE.UU. utilizó al renegado Lenin Moreno para dar vuelta al proceso revolucionario liderado por Rafael Correa, quien gobernó por un período de 10 años (2007-2017) y confió en el que fuera su vicepresidente durante seis años. Correa ni imaginó que una vez en el poder, Moreno traicionaría los ideales de la Revolución Ciudadana  y reimplantara el neoliberalismo.

En un vuelco hacia la derecha, Moreno, reclutado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) cuando ocupaba un cargo de Naciones Unidas en Nueva York, ahora persigue judicialmente a Correa y a los miembros de su Movimiento Alianza País para evitar un retorno al progresismo.

El presidente indígena de Bolivia Evo Morales fue obligado a renunciar a su cargo luego de ganar la reelección presidencial por cuarta vez contra el candidato derechista Carlos Mesa. Morales afirmó que dimitía para evitar la masacre de su pueblo por las fuerzas de derecha apoyadas por la policía.

Poco antes de su dimisión, la Organización de Estados Americanos (OEA), dirigida por EE.UU. y autorizada por Morales a auditar las actas comiciales, adelantó que hubo ¨irregularidades¨, atizando aun mas el odio clasista que mueve a los Comités Cívicos de los ricos departamentos del sur boliviano.

Asilado ahora en México para salvar su vida, luego de hacerle varias concesiones a los violentos opositores, Morales dijo que se había convencido que el papel de la OEA allí aceleró su caída y que los auditores de esa entidad dieron resultados políticos y no técnicos.

En las últimas horas, y con Morales en el exilio, salieron a la luz una serie de audios que revelan los detalles de la conspiración y la participación de Estados Unidos en los hechos sucedidos en Bolivia.

El presidente Trump está ahora obsesionado con derrocar las Revoluciones de Cuba, la más antigua y contra la cual se estrellaron  29 administraciones norteamericanas, Venezuela y Nicaragua. Pero antes, sus predecesores pusieron sus garras contra gobiernos constitucionales: Venezuela en 1948, Paraguay en 1954, Guatemala ese mismo año, República Dominicana 1963, Brasil, 1964, Argentina, 1966 y 1976, Bolivia, 1971, Uruguay, 1973, Chile, 1973, El Salvador, 1979, Panamá, 1989.


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


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