Hacer política sobre dogmas es no hacerla…así de simple. Y Washington sigue enredado en una práctica internacional fuera de tiempo y espacio que no excluye en sus dislates a quienes parecieran haber sido amigos y aliados hasta entonces.
El asunto es que, hay que repetirlo hasta el cansancio, la anquilosada visión oficial de la Casa Blanca sobre el mundo y su manera de actuar en él no trasciende el tiempo, no avanza, no repara en cambios claves y tangibles, y, por tanto, la multilateralidad cada vez más amplia vigente es inadmisible para su retorcida mirada, como resulta un ancla que la voluntad estadounidense se acata y no se discute por nadie sin excepción.
De ahí la tirantez extrema con “reconocidos oponentes”, como los crecientes desencuentros con aliados y socios que quieren que en los vínculos bilaterales sus intereses sean también tomados en cuenta, considerados y respetados.
Y algo de eso ha restallado por estos días con relación a Turquía y la pretensión norteamericana de boicotear el acuerdo internacional logrado con Irán en 2015 en torno a su programa de uso pacífico de la energía nuclear, el cual Donald Trump abandonó unilateralmente, quizás creído de que los restantes cinco firmantes le seguirían de inmediato.
Resulta que este julio, en una visita a Ankara, el subsecretario norteamericano del Tesoro, Marshall Billingslea, advirtió a las autoridades y empresas turcas que pueden ser alejadas de los negocios con los Estados Unidos si siguen sus intercambios con Teherán y no se suman a las sanciones unilaterales que Washington proyecta materializar contra Irán a partir del cercano agosto.
El titular gringo fue enfático al indicar que “si las compañías turcas quieren continuar haciendo negocios con los iraníes deben entender que no harán negocios en el mercado de EE. UU. o con el sistema financiero estadounidense”, porque la Casa Blanca será “agresiva” con relación al tema de la República Islámica.
Y no es el primer desatino con relación a Ankara. Ya en noviembre del pasado año la portavoz del Departamento de Estado, Heather Nauert, amenazó con sancionar a Turquía por sus desacuerdos con Washington en torno al fortalecimiento por la Oficina Oval de los grupos armados kurdos del norte de Siria, con claras intenciones de promover nuevos conflictos internos contrarios a Damasco, segmentos que Ankara considera peligrosos para su seguridad nacional.
Ahora las presiones y amenazas intentan imponer a Turquía una defensa a ultranza de la posición oficial norteamericana en torno a Teherán y el ya citado acuerdo nuclear internacional, aun cuando ello signifique serias afectaciones a la economía turca, sobre todo en la rama energética.
De hecho, confirmó recientemente la agencia de noticias EFE, “las importaciones turcas de crudo iraní han ido en aumento y en el primer trimestre de este año supusieron la mitad del total del petróleo adquirido por el país en el exterior, monto que en todo 2017 fue del 27 por ciento”.
Por demás, las empresas turcas han llegado a considerar con sus pares iraníes la exclusión del dólar como medio de pago de las compras de crudo, y su sustitución de las monedas nacionales de ambos socios.
Por lo pronto, el gobierno turco ha dicho que hará todo lo necesario para evitar daños a sus empresas, reiteró que Irán es un suministrador vital de petróleo al país y confirmó que Ankara “dará el seguimiento” que corresponde al paquete de sanciones que proyecta la Casa Blanca.
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