Por Pablo Sapag M.
Aunque Estados Unidos y sus aliados salafista-occidentales ataquen Siria una, dos o tres veces, el resultado siempre será el mismo. Por un lado, la posibilidad cierta de más muertos, heridos y desplazados sirios, además de las infraestructuras dañadas por esos “bonitos, nuevos e inteligentes misiles” de Donald Trump. Por otro, efectos muy contrarios a lo que se pretende lograr porque la forma en la que se ha orquestado esta escalada retórica o real tiene efectos a varios niveles.
En lo que a Siria se refiere, y si alguna credibilidad alguna vez tuvieron aquellos a los que EEUU y sus socios han definido majaderamente como “rebeldes moderados”, hoy son el blanco de las iras incluso de los sirios que alguna vez los apoyaron.
Si hay algo que no soporta la inmensa mayoría de la población de un país que aún recuerda los estragos provocados por los imperios turco y francés, es la interferencia exterior en sus asuntos. Menos aún cuando la injerencia se traduce en ataques directos como los de Francia, EEUU y Reino Unido.
Quienes dentro de Siria se prestaron al enésimo montaje no comprobado de ataque con armas químicas que ha sido la excusa de esta violación del derecho internacional, para los sirios son incluso más responsables que Trump y sus aliados. No solo han arrastrado a la impulsiva, incoherente e imprevisible administración estadounidense a un callejón sin otra salida que esta agresión tras una semana de retórica inflamada que cerraba cualquier otra puerta para que pudiera salvar la cara. De paso han unido en torno al Gobierno del Estado a los sirios en su rechazo a estas maniobras contrarias a la legalidad internacional, sin fundamento y totalmente extemporáneas.
Las acusaciones de uso de unas armas químicas que Siria no posee desde hace años se produjeron cuando ya estaba meridianamente claro que el mini califato que en 2012 estableció en Duma la organización wahabita y pro saudí Jaish Al Islam estaba totalmente derrotado.
Un ataque a la desesperada de EEUU y sus aliados salafista-occidentales no solo no les habría salvado sino que ni siquiera les habría permitido ganar tiempo para sacar de Duma el dinero y otros beneficios amasados estos años de administración del califato, donde había cientos de secuestrados ahora con sus familias tras ser liberados por el Ejército sirio. Menos aún encubrir pruebas de las cosas que allí hacían, como encerrar a esos secuestrados en jaulas que situaban en las azoteas de sus cuarteles a modo de escudos humanos. Tampoco eliminar el rastro de asesores, armas y todo tipo de pertrechos llegados desde fuera de Siria, sobre todo de los mismos estados que han orquestado y ejecutado este ataque.
Cuando los hollywoodienses “cascos blancos” lanzaron su poco creíble acusación –esta vez ni siquiera fue respaldada por el igualmente parcial, sospechoso y favorecido por el mal periodismo “Observatorio Sirio de los Derechos Humanos”-, muchos de los ocupantes de Duma ya habían salido de la localidad en el marco de un acuerdo sellado con el Gobierno sirio y mediado por Rusia, tal como antes había ocurrido en otras localidades de Ghouta Oriental.
En otras palabras, el timing de la operación “ataque químico” no pudo ser más desacertado, lo que demuestra que los occidentales hoy no saben absolutamente nada de lo que ocurre en Siria, aunque en realidad nunca lo han sabido. De haber tenido una mínima idea, no se habrían prestado a semejante montaje para cubrir el fracaso en toda Siria de los grupos armados a los que han venido apoyando desde 2011, porque eso significa Ghouta.
Ni más ni menos que el final de cualquier posible amenaza que esos grupos pudiesen haber representado contra un Estado aconfesional sirio que se ha impuesto ante este tercer levantamiento armado islamo-yihadista desde su Independencia en 1946. Y así ha sido porque la mayoría de la población de una sociedad genuinamente multiconfesional y multiétnica rechaza tanto como el intervencionismo extranjero la confesionalización de un Estado que es la garantía última de la sofisticada y única cohabitación natural de cristianos y musulmanes sirios de muy distintas denominaciones. También entre árabes, kurdos, armenios y otros grupos étnicos.
Y eso a pesar de las legítimas y justificadas diferencias que pueden tener frente a la gestión del Gobierno en muchos ámbitos y materias. En Siria las líneas rojas –no las que fijan Macron, Trump, May y el monarca absoluto saudí- son la multiconfesionalidad, la soberanía y la integridad territorial del Estado. Todo lo demás siempre ha sido negociable.
Lo verdaderamente inquietante de este episodio es lo fácil que en la era de la globalización resulta orquestar un montaje tan burdo en el que no solo han colaborado gobiernos. También los mismos medios de comunicación que en 2003 hablaban de armas de destrucción masiva para justificar una invasión de Iraq que ha dejado un millón de muertos.
El sirio es un Estado sólido, con instituciones, estructuras y servidores públicos eficientes. Al tiempo que se tomaban las medidas civiles y militares para hacer frente a la amenaza exterior, los políticos y funcionarios sirios han cuidado al extremo sus intervenciones, hablando con mesura, en el lenguaje propio de la diplomacia y no a golpe de tweets infantiles y de mal gusto.
Entre otras cosas, desde el primer momento se invitó a una misión de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) para que visitara el supuesto lugar del ataque químico. Esa misión llegó a Damasco 24 horas antes del ataque perpetrado por Francia, EEUU y Reino Unido sin ni siquiera consultar a sus parlamentos.
En realidad Damasco y Moscú –que también apoya esa misión- han lanzado un salvavidas a una OPAQ sistemáticamente ninguneada y desprestigiada por quienes han lanzado su enésima andanada en contra de Siria.
Fue justamente esa organización internacional la que hace tres años y tras una operación en la que participaron EEUU, Rusia, Dinamarca y Noruega, certificó oficialmente que Siria se había desprendido por completo de su arsenal de armas químicas, prevención disuasoria frente a un Israel que tiene de forma no declarada ni controlada por nadie el arma nuclear.
Además de la OPAQ, resulta dañada Naciones Unidas y en particular su Consejo de Seguridad, que convertido en caja de resonancia de un mensaje lanzado por los oscuros “cascos blancos”, se desacredita aún más como órgano destinado a garantizar la estabilidad en la sociedad internacional y al que se le debe exigir rigor factual y declarativo a la hora de tratar los riesgos y amenazas para la seguridad mundial. El ataque ilegal perpetrado contra Siria y peligrosamente orquestado también en ese organismo, es una de esas amenazas graves contra la paz mundial.
El resultado de la parte interna de la crisis siria no cambiará nada por este episodio. Más bien al contrario, al unirse los sirios más si cabe ante una agresión exterior contra el Estado que garantiza su condición de sociedad multiconfesional, multiétnica y con igualdad entre mujeres y hombres.
Lo que sí cambia, y mucho, es la seguridad mundial, hoy mucho más precaria como resultado de la frivolidad con la que algunos actores están ejerciendo su acción exterior y provocando a otros estados más rigurosos y coherentes en su política hacia Siria, como la Federación Rusa, ahí presente en el marco de los provisiones de la Carta de las Naciones Unidas.
Por otro lado, y a tenor de lo visto, cabe preguntarse de manera razonable qué ocurrirá cuando operaciones de este tipo –hoy cada vez más frecuentes- se lancen contra estados menos sofisticados, eficientes y con capacidad de cálculo y contención para evitar caer en la trampa, como el de la República Árabe Siria. Entonces será mucho más difícil quedarse en la retórica y los fuegos de artificio. Ese es el verdadero peligro que representa para la seguridad colectiva esta acción tan fea como ilegal y poco inteligente perpetrada por Trump y sus aliados de ocasión.
Nota: Pablo Sapag M., profesor-investigador de la Universidad Complutense de Madrid y autor de “Siria en perspectiva” (Ediciones Complutense).
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