miércoles, 24 de abril de 2024

Voy, otra vez, a citar algo viejo

Los artistas, la conciencia crítica de la sociedad, tenemos la oportunidad del uso de espacios siempre creativos…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 13/02/2019
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La escuela de Atenas - Rafael Sanzio
En una de las más célebres comedias de Aristófanes, Las Nubes, Sócrates discute con un defensor de los dioses, quien sostiene que es Zeus (la mano invisible e incontrolable) quien define qué sucede o no

Pudiera pensarse que la maquinaria de congresos que definen a la sociedad civil cubana y su interacción con el mundo a veces se remacha, dicho juicio no estaría del todo desacertado ya que suelen repetirse problemáticas que luego se archivan. A la palabra se recurre no para malgastarla, ya que su precio es alto en tiempos de precariedad ética universal, porque la palabra siempre es acción.

Más de una ocasión tenemos enfrente un congreso como el de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y no vemos, los que somos artistas y los que no, la oportunidad de un abordaje crítico de cuestiones graves, que nos laceran. Muy al contrario, preferimos una parada de ómnibus o la cola del pan para la “descarga”. Yo mismo he usado espacios informales, como el sentarme en el saloncillo de la sede de la UNEAC en Remedios, con colegas artistas, para literalmente despotricar.

Luego, en medio del ágora, callamos, pensamos en una “censura” que las más de las veces solo es un muñeco más, o que no vale la pena hablar, porque los congresos son ruedas, constantes de Sísifo. Más allá de ese sistema de reuniones, tenemos que transformar los espacios en centros de pensamiento, en verdaderos diálogos socráticos, donde la crítica venga con la propuesta práctica por la mejoría del hecho concreto.

Ese muñeco, la censura, nos lo inventamos en el congreso, pero lo olvidamos en espacios más amplios, como el barrio, los salones culturales, las reuniones informales; luego no hay tal cosa, no existe el valladar tantas veces argumentado. O sí, hay prejuicios, trabas, pero contra las cuales vale la pena ir, porque están hechas para el ocultamiento de aquellas cosas que reniegan de nuestra esencia como creadores y ciudadanos.

De manera que un congreso es un ágora, donde se admiten incluso el disparate, el hallazgo, el asombro. Hartos ya de discursos en monólogos, los artistas preferimos la discrepancia sana en función de una sociedad donde primen la ética y la estética, dos ramas de la filosofía que hoy pocos profundizan. Esa unión, tantas veces coreada, solo es real si está hecha por todos y ello implica un estado de discrepancia tolerado desde posiciones de profesionalismo, el respeto por la alteridad.

La cultura no reside solo en las bellas artes, sino en un todo social cuya omnipresencia trae beneficios o daños, en dependencia de cómo se construya, porque los sentidos sí se hacen, no se dejan a la vera como algunos pretenden en su loa al espejismo liberal. Fue Freud en su obra El malestar en la cultura quien definió las dos pulsiones que enmarcan al hombre moderno: Tánatos (la muerte) y Eros (el amor), ello a inicios del siglo pasado, cuando no se sabía aún cómo la civilización encararía la nueva era.

Dice Freud, en este libro suyo sin dudas filosófico, que de la prevalencia del amor o la muerte dependía la construcción de sentido humano. Ello coloca al consenso social en el plano volitivo (cuestión de voluntad y no de azar de mercadotecnia), de manera que la cuestión cultural lo es todo y la tenemos en nuestras manos, depende de estructuras humanas y regulables desde las instituciones en democracia. Creer entonces en los congresos, las ágoras, los sistemas de enseñanza tolerantes, los planos diversos de lo educativo, no deviene en una quimera de soñadores “izquierdosos”.

La mano “invisible” de Adam Smith, esa que trae por sí sola el equilibrio, ya lo sabemos, es una metáfora del poder real, controlado por unos pocos. Esa, de cuyo juicio dependemos, sí tiene codo, brazo, antebrazo, tronco y cabeza que la dirijan. No hay manos invisibles, sino estados de opinión inducidos, esos mismos que nos hacen desconfiar de nuestras ágoras y acudir al uso de otras, fetichizadas, menos útiles quizás.

Por ello, los artistas, la conciencia crítica de la sociedad, tenemos la oportunidad del uso de espacios, siempre creativos, para que nuestro criterio a la par que riguroso sea incluyente. Más de una vez he recibido el señalamiento de que, en sitios como esta columna y otros donde suelo expresarme (reuniones, conferencias), acudo demasiado a la Historia o a imágenes “alejadas” del ahora, se obvia así la terrenalidad de un pensar que me niego a dejar de lado.

Todo aquello que se dice, si es útil y honesto, tenderá al rigor y a la tentación de totalidad. La mentira, en cambio, es simple.

Si dicen por ejemplo que hay despreocupación con los damnificados por el tornado que pasó recién por el sur de La Habana, ello parte sin duda de un juicio sin base histórica ni terrenal, una afirmación de una simpleza tal que está servida para la credulidad ingenua, pero que no resiste el rigor del análisis intelectual. Ergo, no renunciemos jamás a la filosofía, porque lejos de morir, la hallamos en cada acto humano, máxime cuando la comunicación es hoy un retorno a la polémica contra los sofistas.

El muñeco de la mentira resulta fácil de armar, pero su desmonte conlleva construcción de sentidos, prevalencia del Eros, del amor (la filosofía es eso en esencia). Nada se hace en esta vida sin phatos (pasión) y, como dijo Marx, hay que enfatizar ese sentimiento desde la indignación (la denuncia como arma de desmonte, el periodismo y su terreno siempre en disputa entre socráticos y sofistas).

Asumimos entonces que los sentidos no crecen solos, como la yerba mala, sino que se hacen y, sobre todo, los hacemos. Vale un congreso, que no un congreso más, donde el carácter auténtico de la palabra como acción devenga en verdad práctica. Entonces, cuando citemos a Freud, que nadie diga (como me solía ocurrir en la Universidad con cierto colega estudiante) “allá va aquel a decir algo viejo”. Porque la Historia se estudia siempre como noticia, evangelio, y sobre todo para no reiterar la constante de Sísifo, evitando que la mentira bella y simple nos obligue a la carga de la misma piedra, de un congreso a otro, de un periodo a otro.

Si sentimos que el congreso de la UNEAC “es viejo”, debemos adentrarnos en él, con nuestras verdades, en un estado cercano al Eros y sin temor de mostrarnos ignorantes, porque solo así construimos ese sentido social que la mano invisible se roba. O Freud o Adam Smith, pudiéramos decir. También, o Sócrates o los sofistas.

En una de las más célebres comedias de Aristófanes, Las Nubes, Sócrates discute con un defensor de los dioses, quien sostiene que es Zeus (la mano invisible e incontrolable) quien define qué sucede o no, mientras que el sabio le demuestra el carácter social (construido) de tal dios. Ello, la duda de lo divino, sabemos que llevó a la avispa ateniense al juicio contencioso y a la cicuta. La virtud es el conocimiento del bien, pero ya sabemos que el conocimiento se construye, es un sentido volitivo, que depende de nuestras dos pulsiones (muerte y amor). Vayamos ahora al ágora a discutir.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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