Ubicado en la plaza de la Vigía, sitio fundacional de San Carlos y San Severino de Matanzas, primera ciudad moderna de América, el teatro Sauto, Monumento Nacional, constituye símbolo de la cultura en Cuba, y por su arquitectura neoclásica, una joya en el tiempo.
Concebido por el arquitecto italiano Daniel Dall’ Aglio, como una copia casi fiel de la afamada Scala de Milán en la década de los 60 del siglo XIX, el inmueble es reconocido por expertos como el más elegante, funcional y mejor dotado de todos los escenarios en el interior de la isla.
Desde todos los puntos cardinales de la emblemática plaza se aprecia la hidalguía del edificio con amplio portal y columnas, vestíbulo orlado con espejos y mármoles y escaleras laterales que confluyen en la parte superior, donde se sitúan los palcos de refinada construcción en maderas preciosas.
El esplendor de la urbe en la segunda mitad del siglo XIX, al cual le debe el sobrenombre de Atenas de Cuba, en buena medida se le atribuye también al teatro Sauto, fundado el seis de abril de 1863, bajo el nombre de Esteban, en honor al gobernador español y por cuyos escenarios pasaron las más renombradas figuras de la época.
Ambrosio de la Concepción Sauto y Noda, un pinareño devenido matancero, fue benefactor de la instalación cultural y de otras construcciones en la ciudad; hombre cabal, hizo numerosos aportes al desarrollo cultural de la llamada Venecia de América. En el año 1898, cuando cesó la dominación española en la isla, los habitantes de Matanzas, en justa gratitud, acordaron que el teatro llevara su nombre.
Contaba Eduardo Robreño, eminente investigador y periodista cubano, que artistas de varias manifestaciones, a finales del siglo XIX y principios del XX, preferían actuar en esos escenarios para probar suerte ante un público conocedor y culto. Si eran aceptados acudían entonces a presentarse en La Habana y en espacios del continente. Músicos, concertistas, bailarines, cantantes y actores repetían luego que, si triunfaban en el teatro matancero, irían a “hacer la América”.
Las paredes, cortinas, camerinos y alfombras atesoran huellas de la bailarina rusa Anna Pavlova, del guitarrista español Andrés Segovia, o del compositor Ernesto Lecuona, quien estrenó allí La Comparsa, obra universal.
Más cerca en el tiempo, Alicia Alonso ejecutó Giselle, Antonio Gades, Carmen, y Mario Benedetti ofreció su primer recital de poesía en un espacio cerrado en Cuba.
En el teatro Sauto, Frank Fernández acarició el piano sin límites recordando a Mozart o Beethoven, y Silvio Rodríguez cabalgó en su unicornio en conciertos memorables.
Leyendas y misterios rondan la institución cultural, cuentan historiadores e investigadores que Dall’ Aglio sepultó los planos bajo una piedra maldita. Dicen que en sus fosos se escuchan chirriar cadenas y que un fantasma recorre cada noche de función escaleras, bambalinas y azoteas.
Hace más de un lustro el teatro cerró puertas para una restauración capital, la más abarcadora de su historia. Con paciencia, maestros artesanos rescatan y devuelven elementos originales de la estructura, reproducen el empapelado de los palcos a partir del diseño del arquitecto italiano y hacen mover la maquinaria para elevar la platea a nivel del escenario, única de su tipo que se conserva y funciona en el país.
Después de contratiempos y vicisitudes, por fin se estabilizó la fuerza laboral especializada de la construcción y, según explicó Leonel Pérez Orozco, inversionista y conservador de la ciudad de Matanzas, el cronograma avanza según lo pactado, la calidad de la reparación es óptima y se proponen concluir la obra para el venidero mes de diciembre.
Afamado por su acústica, catalogada de excepcional por expertos, volverá el Sauto a vestir mejores galas, retará al tiempo y otra vez los espectadores sugestionados por las numerosas leyendas centenarias quedarán con la mirada fija en el palco presidencial, poco antes de la tercera campanada, cuando Ambrosio Sauto, en persona, levante su abanico en señal aprobatoria para que comience la próxima función…
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