En el mes del amor murió la inolvidable Sara González, hermosa y femenina voz del Movimiento de la Nueva Trova. Tal vez como su último homenaje a la gente, a la música, a su Patria. Cuesta creer que finalmente el cáncer logró vencer a tanta entereza. Pero ella sabía que al menos la eternidad física no nos está permitida a ninguno de los mortales, contrario a lo que sucede con aquella que otorga la memoria colectiva. Por ello no eran falsas sus palabras cuando, el pasado octubre, pude visitarla y entonces, en la cama del hospital donde se encontraba convaleciente, aseguró: No se preocupen. Aún me queda mucho.
Le asistía toda la razón a Sara el día en que recibió el Premio Maestro de Juventudes de la Asociación Hermanos Saíz. Y es que vivos permanecen por siempre aquellos cuyas obras han engrandecido la cultura y el orgullo nacionales. «Debe sentirse muy honrado todo aquel al que la juventud considere sus maestros, dijo emocionada en su última entrevista. Una palabra que encierra una significación muy profunda, porque es como si con tu obra hubieses podido modelar el futuro, como si pudieras ayudar a forjar a los hombres y mujeres que cuidarán, amarán, defenderán y sostendrán a la Patria».
Autora de ¿Qué dice usted? y Amor de millones, la primera voz femenina del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (junto a Belinda Romeu) se apasionó por la música con la primera guitarra regalada por su padre, Berto González. El resto lo haría su madre Rosa, quien «en ausencia de tatas, sirvientes, o círculos infantiles, me ponía la música de la radio para poder distraerme. Y aquello funcionaba como un sedante excepcional para la inquieta niña Sara».
Porque vivió y fue parte latente, «como todo el pueblo, de la realidad social constante en el país», la joven que nació en el barrio habanero de Cayo Hueso, el 13 de julio de 1951, se unió a muchos otros para cantarle una y otra vez a la Revolución. «Pasé de niña a adolescente, de estudiante de viola en el conservatorio a joven en los maravillosos 60. (...) Fue el tiempo de Penélope, de Joan Manuel Serrat; el asesinato de Kennedy, Vietnam, el comienzo de la guerra en Angola —tan trascendente en nuestra generación—, y la extraña sensación de que algo muy bello había terminado con el álbum Let it be». También fue el tiempo de Girón: la victoria.
Nadie más podrá cantar como ella ese himno de la Revolución que compusiera como si la edad le hubiese permitido protagonizar la primera derrota del imperialismo en América Latina, en abril de 1961, cuando apenas contaba con nueve años. También será irrepetible la antológica interpretación que hiciera de ese otro clásico de Eduardo Ramos titulado Su nombre es pueblo.
No es necesario cerrar los ojos para escucharla sumamente viva y enérgica, y exquisitamente afinada: La muerte/ con su implacable función/ de artesana del sol,/ que hace héroes, que hace historia/ y nos cede un lugar/ para morir,/ en esta tierra,/ por el futuro.
Como a los héroes a quienes cantaba, habrá que recordar a Sara sin llanto, en los brazos, en la tierra, porque su pueblo no permitirá que muera al final, cuando dio tanta voz, tanta pasión, tanta canción.
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