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domingo, 17 de noviembre de 2024

Mística Gibara

Un pueblo costero conocido por sus historias y leyendas, hoy ofrece sus encantos a un creciente turismo...

Mayra García Cardentey en Exclusivo 26/05/2016
2 comentarios
Gibara Holguín
Desde el 2002, el pueblo es sede del Festival de Cine Pobre. (Mayra García Cardentey / Cubahora)

A Gibara no se llega por casualidad. No es camino de nada, aunque en los últimos tiempos es el fin de muchos caminos. Sino todos. Algunos llegan hasta allí para descubrir, de primera mano, qué enamoró al conocido realizador Humberto Solás para inaugurar en 2002 su Festival de Cine Pobre; otros, para degustar sus conocidos cangrejos o el delicioso filete de tiburón; y en los últimos años, aquellos turistas interesados en infiltrarse en la mística que rodea al poblado pesquero.

Gibara, perfectamente puede llamarse el pueblo de los vientos, quizás no por los que distinguen a la ciudad de Chicago; pero sí por esos que mueven las aspas del parque eólico que se divisa a los lejos del malecón; los mismos que encrespan las olas y vuelven al mar azul en un genioso estanque de agua indomesticable.

Porque Gibara no se parece a ningún otro pueblo costero de su tipo. No es tan sosegado como Puerto Padre, con esa calmosa cotidianidad de ciudadela dormida; ni tan ajetreado como Baracoa, con su manoseada vida turística. Gibara, por algo extraño que se puede explicar bien poco, encanta, doblega, domina…

Eso vio Solás cuando, convencido, pensó que el lugar se merecía un festival. Eso veo cada vez que voy. Si bien, debo confesarlo, esta vez encontré al pueblo más domesticado, más prostituido por un turismo creciente.

Pero de nada culpo. Quizá a Gibara le hace falta un poco de dinamismo económico, un poco de maquillaje para el foráneo que quiere no solo leyenda sino confort: pintoresquismo moderno.

En lo personal, prefiero esa Gibara que debe su nombre al vocablo jíbaro, de origen indio, que significa rústico, indomable. Sí, me gusta la Gibara indomable. Llena de historia, leyendas, personajes real-maravillosos.

Dicen que fue en verdad por ese lugar donde el 28 de octubre de 1492 arribó Cristóbal Colón a Cuba. Cuentan, además, que Isadora Duncan bailó en el Gran Teatro del pueblo, donde actuaron también Brindis de Salas, Ignacio Cervantes y Bola de Nieve. Relatan, de igual forma, cómo aquel cuadro del Museo de Artes Decorativas está hecho con cabellos humanos, cual prueba de un amor infortunado entre una joven que murió a temprana edad y su novio.

Y hace poco la historia se ha insuflado, con las pruebas encontradas de los días en los cuales un dirigible americano sobrevoló estas costas.

Gibara no es hoy una zona de grandes riquezas. Pero sabe lo que significa. Luego de que fuera una de las tierras más desarrolladas del nororiente cubano entre el segundo tercio del siglo XIX y las primeras décadas del XX, el territorio vio morir su esplendor mercantil. La también llamada Villa Blanca, —mejunje de europeos, holguineros y bayameses—, mantuvo durante todo este tiempo la belleza de sus edificios públicos y privados que sobrevivieron, y aún lo hacen, todas las épocas.

Quizá ese cuasi olvido de años sazonó la espiritualidad de la ciudadela y su gente; endulzó sus historias; maduró con desgaste arquitectónico a los edificios añejos. Y esa melancolía de pueblo, esa aureola poética llamó la atención de Solás, encantó a muchos, interesa hoy a tantos.

Gibara es Gibara por sus ruinas de ciudad amurallada; por su Cuartelón y la Batería de Fernando VII; por su Iglesia Parroquial y sus portales corridos llenos de toda luz; por sus cangrejos enchilados, su pesca de orilla y sus recorridos en chalanas (pequeñas embarcaciones); por su aire salitroso, sus vientos huracanados, y sus playas de ensenada.

Aunque, el pueblo quiere turismo, quiere dinero, y se maquilla, se exhibe, se vende. Ojala y no en demasía. El día que Gibara sea una cadena de casas uniformes, con colores de estación, carteles lumínicos de rent room, y elegantes restaurantes de comida internacional, habrá perdido su magia. Esa magia que ahora mismo le falta a Viñales y su pueblo comercializado.


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Mayra García Cardentey

Graduada de Periodismo. Profesora de la Universidad de Pinar del Río. Periodista del semanario Guerrillero. Amante de las nuevas tecnologías y del periodismo digital.

Se han publicado 2 comentarios


cl8mlk
 30/5/16 8:16

soy un gibareño nacido y criado aqui, gracias por ese artículo sobre uno de los pueblos más bellos del país , tranquilo, solidario , culto y sobretodo muy cubano quisieramos que prosperara pero sin dejar de ser Gibara nuestra villa no se parece a ninguna tampoco, queremos que sea una copia , asi que a los decisores les pedimos tengan en cuenta la opinión de los gibareños que son en fin quienes hacen posible que esta sea la Perla hermosa de nuestro oriente¡¡¡¡¡

adap
 26/5/16 10:26

Hermoso artículo sobre uno de los pueblos más bellos de Cuba, el de tantos recuerdos de mi infancia, de tantos cuentos de mi querida madre como el de la vez durante la Segunda Guerra Mundial, en que todo el pueblo corrió hacia El Cuartelón para divisar como un submarino alemán hundía un barco mercante a la entrada de la bahía; adonde en cada verano obligatoriamente acudíamos desde Holguín a los llamados "7 baños" en cualquiera de sus playitas, la de Bayado o las de los antiguos Balnearios, donde tocaban las mejoes orquestas y cantantes del país y extranjeros, en cuyo mar, al decir de la también holguinera ausente Dra María Dolores Ortíz, "el más lindo de Cuba", quisiera fueran esparcidas mis cenizas, cerca del árbol donde en su juventud, el poeta Pablo Armando Fernández se inspiraba extasiado con la belleza del paisaje. Gracias Mayra y ojalá pueda concluirse la restauración de su Gran Teatro y se cuide su patrimonio como ciudad entrañable para tantos cubanos.

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