viernes, 26 de abril de 2024

La poetisa del abismo

Luisa Pérez de Zambrana llega a nosotros como una extraordinaria escritora, pero más allá de su obra que le aseguró un puesto de honor en la lírica cubana, fue una mujer acosada por la tragedia personal...

Igor Guilarte Fong en Exclusivo 25/08/2019
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LUISA PÉREZ DE ZAMBRANA
Los poemas de su primera etapa de creación literaria reflejan su compenetración con el entorno. (linkgua)

Es Luisa Pérez pura criatura, a toda pena sensible y habituada a toda delicadeza y generosidad. Cubre el pelo negro en ondas sus abiertas sienes; hay en sus ojos grandes una inagotable fuerza de pasión delicada y de ternura; pudor perpetuo vela sus facciones puras y gallardas, y para sí hubiera querido Rafael el óvalo que encierra aquella cara noble, serena y distinguida. Cautiva con hablar, y con mirar inclina al cariño y al respeto. Así retrataba Martí –en agosto de 1875– a quien fue considerada, junto a Gertrudis Gómez de Avellaneda, una de las más grandes poetisas románticas del siglo XIX cubano.

Luisa Pérez y Montes de Oca se llamaba aquel genio puro que vio la luz el 25 de agosto de 1835 en la bucólica finca Melgarejo, en las inmediaciones de El Cobre. Aunque trascendería –así lo recogen las antologías y la historia– como Luisa Pérez de Zambrana, en alusión a aquella tradicional adopción del apellido del esposo. Pero, más allá del prestigio intelectual de Ramón Zambrana, el reconocimiento social de la “muchacha de campo” fue resultado de sus propias virtudes y la maravilla de sus versos “provincianos”.

Aprendió a escribir con sus padres y su inspiración pionera “Amor Materno”, se publicó en el periódico El Orden cuando ella tenía 14 años. Desde entonces creció en tertulias de escritores y fue declarada Socia de Mérito de la sección de Literatura de la Sociedad Filarmónica de Santiago. En 1854, su primer libro deslumbró a varios intelectuales del país; en especial al doctor Zambrana, quien quedó prendado de los versos, cualidades y belleza de la autora. Como esos idilios de literatura, y a pesar de la diferencia de edad, iniciaron un intercambio epistolar hasta que el enamorado se fue a la urbe oriental para consumar el casamiento. Esto significó un giro total en la vida de la encantadora santiaguera.

Junto al esposo se trasladó a La Habana, donde colaboró en varios periódicos y revistas, y ganó el aprecio social. Su distinción le valió el encargo de coronar a doña Tula en el Teatro Tacón, cuando la ilustre camagüeyana regresó a la Isla en 1860. Fue el suyo un matrimonio plácido y feliz que dio por frutos tres hembras y dos varones. Pero la alegría del hogar, al que dedicó la mayor parte de su tiempo, duró apenas ocho años. La muerte de Ramón Zambrana, en 1866, la dejó sumida en el abandono y la pobreza. En los poemas “Dolor supremo”, “Martirio” y “La vuelta al bosque” deja ver el derrumbe anímico de esos días. En un suplicio sin fin vio desaparecer, como una margarita que se deshoja, a cada uno de sus retoños: Elodia a los 22 años, Angélica a los 33, Jesús a los 27, Dulce María y Horacio a los 36. Desde ese sufrimiento que la flagelaba sin piedad ni descanso, Luisa desahogó sus penas íntimas en rimas quejumbrosas. El destino atroz le tenía reservada una silla en el abismo espiritual; de donde no podría salir jamás.

MUSA DE DOLOR Y AMOR

Los poemas de su primera etapa de creación literaria como “El Lirio”, “La Gota de Rocío”, “Noche de Luna”, “Al ponerse el sol”, “A Julia en la fuga del sinsonte” o “Una ofrenda a la virgen”, redactados entre esplendorosos paisajes y el lomerío de la tierra natal, reflejan su compenetración con el entorno, su coloquialismo y la elegancia de su forma. En esta estrofa de la oda “Adiós a Cuba” se revela su carga emocional y patriótica:

¡Oh Cuba! si en mi pecho se apagara
tan sagrada ternura y olvidara
esta historia de amor,
hasta el don de sentirme negaría
pues quien no ama la patria ¡oh Cuba mía!
no tiene corazón.

Si en los escritos juveniles, la Zambrana manifiesta una correspondencia armónica con la tríada Dios-Naturaleza-Patria, a partir de “La vuelta al bosque. Después de la muerte de mi esposo”, se denota que la desolación la golpea hondamente: hoy todo es muerte para mí en la tierra, dice entre los versos. Y, ciertamente, desde ese hecho trágico que significó un parteaguas en su existir, el concepto de la fatalidad se apoderó de sus días y letras; haciéndola desear, incluso, la expiración para sí misma. Así lo expresa en la elegía “La noche de los sepulcros” y en “¡Mar de tinieblas! Después de la muerte del único hijo que me quedaba”:

[…] haced, ¡oh soles de la noche!

que yo en su tumba pueda

besar, temblando, sus dormidos ojos,

y a sus pies quedar muerta.

Asimismo, dedica composiciones a los héroes Máximo Gómez, Antonio Maceo y José Martí, muy a lo Luisa, en tono grave y melancólico; porque en su obra sobresalen las hermosas elegías que hacen eco de sus desventuras personales y de una sensible subjetividad. “A mi esposo”, “Mi casita Blanca”, “Al campo”, “Canto a mi madre” y “La Melancolía” son ejemplos de ello. Luisa simbolizó las fibras de la poesía reciamente entretejidas con las fibras del alma:

Yo soy la virgen que en el bosque vaga

al reflejo doliente de la luna

callada y melancólica, como una

poética visión.

Yo soy la virgen que en el rostro lleva

la sombra de un pesar indefinible.

Yo soy la virgen pálida y sensible

Que siempre amó al dolor.

Ya casi olvidada, en 1908 las autoridades le concedieron una pensión para disimular insuficientemente su soledad y sus penurias económicas. Además, en 1918 el Ateneo de La Habana le ofreció un homenaje con la participación de Enrique José Varona y José María Chacón y Calvo, entre otros intelectuales de renombre. Los tenues homenajes dulcificaron sus días postreros. Luisa Pérez de Zambrana murió a los 86 años, el 25 de mayo de 1922, en la localidad de Regla. Hoy la recordamos como arquetipo de feminidad y ternura, musa de dolor y amor; y como dijo Varona: la más grande elegíaca de la lírica cubana.


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Igor Guilarte Fong

"Un periodista que piensa, luego escribe"


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