En los tiempos de nuestros bisabuelos ir a ver una película era casi como ir al teatro: implicaba vestirse para la ocasión —con la ropa de domingo casi invariablemente—, escoger cuidadosamente el lugar, el cine, la cinta y participar en esa especie de euforia colectiva que se apodera del cubano cada vez que se apasiona por algo.
Sin embargo, lejos están aquellas matinés donde a cambio de la extinta moneda de 40 centavos se podía ver lo mejor (o lo peor, depende del punto de vista) del cine hecho en parte del mundo. Más distantes aún los cines de barrio, las tandas de comedias italianas, cintas japonesas, dramas franceses y dramas rusos con que la Cinemateca de Cuba y las programaciones del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) comenzó a educarnos el gusto.
Estamos en la era de Internet y, a través de una plataforma como Netflix, unos 32 millones de suscriptores en Estados Unidos, Canadá, Latinoamérica, los países nórdicos, Irlanda y Reino Unido tienen acceso online a una cantidad ilimitada de series de televisión y películas desde la comodidad del hogar.
En Cuba es casi un sueño pensar ahora en la posibilidad de la visualización vía streaming, pero ya aquello de “ir al cine” en Cuba ha cambiado mucho.
En diciembre pasado, durante la celebración del XXXV Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica celebró su tradicional Día de la Crítica, donde se escuchó la alarmante y lapidaria premonición de que quizá esta fiesta del celuloide fuera el último reducto de ese modo de ver la sala de cine como espacio público de exhibición.
Ahora, en Camagüey se celebra hasta el próximo sábado 15 la edición 20 de un evento como el Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica, que aún en los difíciles años 90 logró sobrevivir, navegar con éxito y mantener un creciente prestigio, junto al no siempre ligero privilegio de ser el único de su tipo en Iberoamérica.
En las jornadas camagüeyanas los críticos cubanos —la profesión maldita según Frank Padrón—, además de centrar el análisis en el cine nacional de la década de los ochenta, tendrán que volver la mirada hacia dentro y repensar su quehacer, a tono con los tiempos que corren, llenos de “paquetes piratas”, dispositivos con capacidades de almacenamiento estratosféricas y toda suerte de aparatos para reproducir imagen y sonido.
Cubahora quiso conocer la opinión de una voz autorizada y para ello conversó con Luciano Castillo, camagüeyano, apasionado cinéfilo autodidacta, y uno de los más reconocidos y serios investigadores del llamado arte de los hermanos Lumiére, designado hace muy poco como el nuevo director de la Cinemateca.
“El tema de las nuevas tendencias de la crítica está presente siempre en la sesiones del Taller, porque el cine cambia, del mismo modo la crítica tiene que hacerlo también. Hoy, cuando muchos claman por la desaparición del cine, es cuando más películas se ven en el mundo, lo que en diferentes condiciones: ha cambiado mucho aquello de ir al cine, ahora implica gastos, buscar el parqueo, pagar la comida, etc.”
“En Cuba se consume mucho cine, pero se consume en las casas, en la comodidad que brinda el DVD, de las amistades que prestan esta o aquella película, y es un reto para la crítica y para los espacios donde se hace esa crítica el llegar a quienes consumen cine y no lo hacen en los lugares hasta ahora tradicionales.”
Para nosotros es muy importante estar atentos a determinadas cintas que a veces nos llegan por medios como los famosos “paquetes” –aclaró- donde a veces lo que llega es metralla, pero también muy buen cine, como por ejemplo los títulos nominados al Oscar de este año.
“Hay que llamar la atención sobre eso y de hecho a veces Rolando Pérez Betancourt lo ha hecho en su espacio Crónica de un espectador, publicado en el diario Granma, pero es insuficiente.”
“Pienso que a los críticos nos queda esta especie de misión de seguir orientando al espectador y seguir utilizando las páginas Web, la revista Cine Cubano, no solamente para lo que se estrena comercialmente por el ICAIC en las salas, sino determinado título que puede pasar inadvertido por los espectadores y que puede estar en ese paquete semanal que recibe en su casa.”
UN EVENTO LONGEVO QUE NO ENVEJECE
De verdadera fiesta para los cinéfilos de la capital agramontina califica Castillo a este Taller, celebrado desde 1993 en la antigua villa de Santa María del Puerto del Príncipe contra viento y marea, y desde donde se gestó la organización de los periodistas y críticos cinematográficos en Cuba.
En esta edición 20, sus participantes dedican las sesiones teóricas a la evaluación del ejercicio de la crítica de cine en Cuba, dos décadas después de creada la cita, y a reflexionar sobre lo sucedido con la producción cubana de los años 80, período donde debutaron realizadores como Juan Carlos Tabío (Se permuta), Rolando Díaz (Los pájaros tirándole a la escopeta), Luis Felipe Bernaza (De tal palo tal astilla), Orlando Rojas (Una novia para David), y Fernando Pérez (Clandestinos), y donde al decir de Juan Antonio Borrero en su blog Cine cubano, la pupila insomne, ha fomentado el equívoco crítico que alude a ese conjunto de cintas como un momento de absoluta banalidad colectiva.
A la posibilidad de intercambiar con especialistas, directores, productores, se le une la proyección de filmes que son estrenos fuera de la capital, como la más reciente cinta de Arturo Sotto: Boccacerías habaneras; y la posibilidad de participar en presentaciones de libros y revistas, una celebración por todo lo alto de esa sensibilidad que nos dispara el observar la poesía resultante de la unión de la imagen y el sonido.
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