Cuando anuncian un estreno del Pequeño Teatro de La Habana, el público y la crítica saben que va a producirse un acontecimiento en las artes escénicas, porque director, actores y técnicos se empeñan en lograr una puesta tan sorpresiva como renovadora, repudiando esquemas y evitando lo manido.
El grupo ha presentado totalmente su repertorio no solo en temporadas y festivales en La Habana y Camagüey, sino en todo el país. Ha actuado en República Dominicana, Puerto Rico, México y Estados Unidos. Las obras de José Milián, su director, han sido escenificadas por compañías de México, Colombia, Brasil y Nicaragua.
Milián fue Premio Nacional de Teatro en 2008. Sus puestas han sido galardonadas más de una vez con los premios Caricato y actores y actrices que han integrado sus elencos han recibido, en distintas ocasiones, el Adolfo Llauradó, que confiere la Asociación Hermanos Saíz.
Acerca de la trayectoria del colectivo bajo su dirección, Cubahora conversó con Milián:
—¿Cómo y por qué surgió el Pequeño Teatro de La Habana?
—El grupo surgió hace 25 años. No iba a llamarse así, sino Teatro de Bolsillo. Era un pequeño colectivo adjunto al Teatro Musical de La Habana —que yo dirigí durante diez años—, con el objetivo de representar obras mías y de teatro musical experimental. Conformé un elenco con actores del propio Musical, con los que ya había trabajado, y de otras agrupaciones, interesados por sumarse al nuevo colectivo.
“Cuando fui a discutir proyecto me dijeron que Tomás González iba a presentar una agrupación que iba a llamarse Teatro de Bolsillo. Tomás era como un hermano para mí y decidí entonces usar otro nombre, que me sugirió Héctor Quintero: Pequeño Teatro de La Habana.”
—¿Cuáles fueron tus objetivos iniciales?
—Hacer un teatro de cámara con pocos elementos escenográficos, teatro minimalista, con la menor cantidad de recursos, basado fundamentalmente en el trabajo actoral.
“Requería un actor especial, capaz de bailar, cantar, hacer teatro dramático, comedia, pantomima, acrobacia. Un actor integral, en fin. En un principio utilizamos en los espectáculos obras mías como ‘El amor no es un sueño de verano’, ‘Recital para mayas y conquistadores’ y ‘Vida de perros’.
“En 1989 me otorgaron una sede, el café teatro Bertolt Brecht, donde hemos actuado durante 25 años.
—¿Cuáles obras calificarías como emblemáticas del repertorio?
—“El texto fundacional del grupo, fue ‘La Coreana’, un monólogo protagonizado por Zoa Fernández, síntesis de otro título mío, ‘Vade retro’. Esta obra fue representada en Nicaragua. Después vino ‘Para matar a Carmen’, que subió a escena en México, con Rosita Fornés, y en Colombia, con actores de ese país.
“Pero el primer lugar lo ocupa ‘Si vas a comer, espera por Virgilio’, una obra que ha representado mucho para mí como autor y director, porque ha sido muy importante para el grupo.
“Otro título fundamental es ‘Mamíferos hablando con sus muertos’, porque sintetiza la búsqueda, los objetivos que el grupo persiguió desde su creación.
“También está la trilogía del teatro del absurdo, conformada por ‘Esperando a Godot’, de Samuel Beckett; ‘Las criadas asesinas’ —una versión de ‘Las criadas’, de Jean Genet—, y ‘El flaco y el gordo’, por ser la primera obra que dirijo de Virgilio Piñera.
“Muchos recuerdan a ‘Juana de Belziel’, con el Pequeño Teatro, y también ha trascendido la puesta de Jorge Cao, en Colombia, como otra de éxito inolvidable. Al igual que ‘Para matar a Carmen’, en México y Colombia.”
—¿Cómo caracterizarías la estética de la compañía?
—Me parece que he sido bastante consecuente en este sentido porque todos los títulos escritos por mí tienen una conexión con los de otros autores de quienes he realizado versiones para las puestas en escena, tratando de mantener las ideas y objetivos esenciales.
“Por eso existe una conexión entre Beckett y Milián, o entre Virgilio o Genet y, ahora, con Ghelderode. Contemplamos el teatro y sus integrantes con la óptica de un realismo peculiar, que llega a sobredimensionar, y lo que llevamos a escena puede parecer grotesco o violento, pero siempre en busca de la esencia de la poesía.”
—¿Bajo qué concepción cabe en esa estética lo musical, que resalta en el repertorio del grupo?
—Me parece que lo musical es valedero, no frívolo ni superficial. Hemos hecho un trabajo en este género para demostrarlo, con títulos como ‘Mahagonny’ y ‘La Opera de Tres Centavos’, de Bertolt Brecht y ‘El amor no es un sueño de verano’, en una versión de ‘El sueño de una noche de verano’, de Shakespeare, con música de Edesio Alejandro.
“También de Shakespeare, tenemos otro título, ‘Macbeth vino montado en burro’, en un musical con esta línea experimental. Hemos transitado por este género otorgándole un concepto reflexivo, demostrando que puede convertirse en algo más profundo y difícil que lo dramático sin otras implicaciones, y que no debe esquematizarse como la pluma y la lentejuela.
—¿En cuántas direcciones labora el Pequeño Teatro de La Habana?
—El grupo posee dos vertientes: el montaje de obras teatrales y una escuela muy especial, formadora de actores. Esta última es base de mi labor como director, un seminario permanente de actuación que responde a los requerimientos del grupo, que forja actores capaces de abarcar las distintas facetas que implican las obras en repertorio, en las cuales se concilian géneros contrastantes, algunos antagónicos entre sí.
—Hay quienes te califican como coleccionista de premios, para las obras y para los actores.
—Eso me da mucha risa. Los premios, de pronto vienen, no los he buscado. Y si se los dan a los actores que trabajan conmigo, mejor, porque yo trabajo sobre el actor, pues soy un actor frustrado y me realizo a través de ellos.
—¿Cómo van a celebrar el aniversario 25?
—Tratando de que lo que vamos a estrenar, ‘Los Fastos del infierno’, de Ghelderode, quede a la altura de lo que se espera de nosotros.
—¿Por qué esa obra?
—Porque, aunque es de los años 20 del siglo anterior, anda por las mismas coordenadas y estéticas de mi creación escénica. Como el mundo ha evolucionado, y el teatro también, es sorprendente que una obra de aquella época tenga algo que decirnos, en este 2014.
—¿Cuánto influye lo cubano en las concepciones y creaciones del Pequeño Teatro de La Habana?
—Yo soy muy cubano, muy vernáculo. Si analizas bien ‘Si vas a comer, espera por Virgilio’, es una obra vernácula, muy cubana. Lo vernáculo entra en ese mismo juego en que estoy yo. Es intrínseco en mí y procuro que los actores entren conmigo en ese juego, donde lo cubano no se proyecta, sino brota sin pedir permiso.”
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