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sábado, 23 de noviembre de 2024

Humor cáustico en lo profano

Una temporada dedicada a los más recientes estrenos de Nicolás Dorr, Premio Nacional de Teatro 2014, compartido con Gerardo Fulleda León, ovacionados por los espectadores s la sala

Ada María Oramas Ezquerro en Exclusivo 28/04/2014
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nico dorr
Nicolás Dorr, autor de ambas obras.

La función consta de dos partes, la primera estuvo dedicada al estreno mundial de dos escenas de El agitado pleito entre un autor y un ángel, una confrontación entre los recursos expresivos en función de los conceptos de la generación actual y los convencionalismos preñados de prejuicios de un intelectual de generaciones anteriores que se ha detenido en su tiempo, interpretado por Harold García, con acierto pero sin revelar las intencionalidades del personaje, mientras Alberto Martell otorgó al autor la rebeldía y pasión requeridas. Un combate verbal que arrancó ovaciones y provocó reflexiones, como es habitual en el teatro de Nicolás Dorr.

ANTAGONISMOS EN UNA FAMILIA DE TEMER

La profana familia, de Nicolás Dorr ha transitado por varias salas habaneras, entre ellas la Adolfo Llauradó, la Casa del ALBA Cultural y, ahora en El Sótano, con notable éxito de público.

Tanto el texto como las puestas de su autor constituyen un desafío a los modos de enfocar actitudes ante la vida, en El agitadopleito entre un autor y un ángel.

En La profana familia el argumento evidencia los prejuicios de toda índole, donde los argumentos en defensa de loa diversidad y el respeto a la individualidad adquieren un tono de humor mayor, a partir de las confesiones de la madre, quien comprende y justifica conductas y actitudes, que los convencionalismos consideran negativos.

Ella defiende su derecho de actuar según el modo de ser de sus cuatro hijos, antagónicos entre sí en sus preferencias sexuales, con un nivel interpretativo muy convincente por parte del Teatro Nelson Dorr.

UNO DE LOS PILARES DE LA PUESTA: MAESTRIA ACTORAL

Un recurso eficaz para propiciar el autorretrato sicológico de los personajes se basa en los monólogos de los cuatro personajes, con abrumadora sinceridad, que descubre sin ambages sus actitudes ante la vida, al desnudar en escena sus sentimientos y motivaciones, sin buscar justificaciones, sino a partir de razones que impulsan patrones conductuales.

Carlos Alejandro Rodríguez otorga especial gracia a Rirri, el hermano menor, quien practica el travestismo en casa, logra escapar de la autoridad materna y, determinadas circunstancias, le impelen a adoptar una masculinidad artificial.

Idalmis Paula es la más abnegada y apegada a la madre y en una transmutación muy creíble, logra una proyección escénica muy sobria, cuyo mayor mérito radica en el ahorro de recursos expresivos, tanto en la gestualidad, como en sus movimientos y en los matices de su voz.

Raisa dedica el tiempo libre de su trabajo a alquilar sus favores al mejor postor, pese a las recriminaciones de la madre y los hermanos, lo cual no le hace mella, sigue en lo suyo, con un desenfado que intenta restar importancia a sus actitudes y provoca el efecto contrario, pues su falsa alegría deja entrevar una tragicidad tan terrible como velada, que acumula decepciones al destrozar sus primeras ilusiones, en la proyección escénica de Isaily Merino.

Félix Paneque, en Romualdo, perfila una actuación orgánica en un machista en su máxima expresión, lo cual no incide en sus expresiones de afecto a su madre y al hermano menor, lo cual le humaniza y aleja su personificación de los habituales estereotipos.

En el personaje de Rosaura, el eje del universo conflictual de la obra, Daisy Dorr, no solo logra una actuación memorable, la más lograda de su carrera, que la ha situado en el Olimpo de las diosas de la actuación, al haber logrado relucir en escena y transmitir al público la carga de sufrimiento del personaje, aparentemente irreflexivo que trata de enrumbar esa nave sin  timonel que deviene su existencia. Y aquella mujer aparentemente apagada, cobra vida y exige su lugar con el fotoso temperamento de una diva enfurecida que opaca a todos y hasta ella misma al refulgir y enceguecer, con la faceta inesperada de Rosaura, desconocida para sus hijos y sorpresiva para el público y loa crítica en esa primera actriz que fulgura, en una personificación trabajada hasta la exégesis.

Un final inesperado que anuncia la entrada de un personaje que no podrá cambiar lo profano de esta familia llega de modo intempestivo en esta obra, donde los matices del humor alcanza dimensiones contrastantes, desde lo vernáculo hasta lo con conceptual, en timbres que no desafinan en este título tan cubano y de impresionante universalidad.


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Ada María Oramas Ezquerro

De larga trayectoria en el periodismo cultural. Premio de Oro, del Gran Teatro de La Habana y Miembro de la sección de la Asociación de Artistas Escénicas de la UNEAC


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