La tarde del viernes 25 de abril fue en la sede habanera de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) una de esas raras veces donde muerte no es sinónimo de pérdida, donde la vida se multiplica en pequeños momentos compartidos, porque según se dice, nunca se desaparece del todo mientras alguien te recuerde.
Y espacio en el corazón de millones de lectores, amigos, familiares, colegas de oficio y pensamiento es lo que le sobra a Gabriel García Márquez, escritor, periodista, Premio Nobel, pensador, de quien se tiene que escribir en presente aunque ya haya pasado más de una semana de su partida a ese otro Macondo que todavía le falta por descubrir.
Mucho dolor causó su deceso el pasado 17, cuando se apagó en México esa pluma prodigiosa que llevó el Caribe y toda su rica mitología a todos los rincones del mundo, y por esa ausencia “lloraron sin pudor” los artistas e intelectuales cubanos que se reunieron en la Casona de 17 y H, en el Vedado capitalino.
Quienes lo conocieron, lo recordaron; los que sólo lo leyeron, pudieron vivir a través de las palabras de los afortunados un pedacito de ese genio y esa sencillez que dicen lo caracterizaba.
Era impensable que la UNEAC no hiciera un homenaje a nuestro gran amigo, Gabriel García Márquez. Hemos llorado sin pudor la muerte de uno de los escritores más grandes, no de América sino del planeta, un hombre que a mí me gusta decir que incondicionalmente y apasionadamente amó a este país en profundidad, en todos los momentos. En los más difíciles de la Crisis de Octubre, en el Período Especial, siempre estuvo con nosotros y junto a Fidel, comenzó Miguel Barnet, presidente de la institución que agrupa a la vanguardia artística del país.
“Eso es lo que queremos recordar y homenajear, a un hombre de esa talla extraordinaria, que tuvo una visión ecuménica del mundo, democrática y profunda. Un hombre que con alas caribeñas y latinoamericanas creó ya un mito de nuestro continente. Macondo puede estar en cualquier lugar de esta región, puede ser el pequeño villorio de cualquier lugar de este país, yo creo que esa entrañable y profunda búsqueda en el fondo retador de América Latina es lo que hace de García Márquez un escritor tan grande.”
Las flores amarillas que están aquí - sus favoritas-, y una blanca martiana es el homenaje que le hacemos a Gabo que amó las flores y la vida, terminó Barnet, quien además leyó una carta de Liliana Núñez Veliz, presidenta de la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, hija de este reconocido investigador cubano y Lupe Veliz, grandes amigos de García Márquez y su esposa Mercedes Barcha.
Hay dolores que vienen de adentro, que se clavan en los ojos; hay pesos que podrían parecer demasiado grandes para cargarlos si no compensan con el sentimiento de que lo más valioso es haber tenido el gusto, la suerte de haberlo tenido como amigo, como padre, como cómplice y referente de optimismo con su desparpajo elegante, leyó en la misiva, que parecía haber sido escrita por todos los que estando en la sala, tuvieron el extraordinario privilegio de conocer al genial autor de Cien años de Soledad.
El Gabo fue creador de libros entrañables que ya forman parte del imaginario colectivo de un continente, que redescubrió al Caribe gracias a sus artículos, crónicas y novelas, donde el realismo mágico tomó vuelo y se instauró en el gusto de lectores de lugares tan remotos como Indonesia o Rusia.
Ante una multitud que colmó la Sala Villena – en la que destacaban el politólogo y periodista Ignacio Ramonet, el Asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y antiguo Ministro de Cultura, Abel Prieto; los embajadores de México y Colombia y varios Premios nacionales de Literatura- los poetas Pablo Armando Fernández y Waldo Leyva compartieron sus anécdotas particulares, seguidos por Raúl Roa Kourí, quien terminó con la certeza de que “todos somos hijos de ese Macondo que Gabo vivió para contar”.
Ramonet por su parte aclaró que aunque él no conoció tan largamente al Premio Nobel colombiano como algunos de los presentes, sí tuvo una frecuente relación en los últimos años, animada sobre todo por largas conversaciones sobre política.
“El recuerdo que yo guardo de Gabo es el de un hombre muy preocupado por la situación política. Sus conversaciones conmigo en todo caso siempre fueron sobre ese tema, de geopolítica, la situación en Francia, en España, en Oriente próximo y América Latina evidentemente, mucho más de que literatura.”
Cuando conversábamos de periodismo, que es algo que a él le interesaba mucho, siempre hablaba del estilo del periodista, aseguró el ex director de Le Monde Diplomatique.
“El relato periodístico es algo que hay que escribir con la misma intensidad de una novela. Yo creo que Gabo fue esencialmente un periodista, además de ser evidentemente un novelista fuera de serie y era por otra parte un hombre preocupado por el cine, de este tema era lo que más le interesaba comentar y que desgraciadamente no tuvo la suerte de que las adaptaciones que se hicieron de su obra, tan rica, tan original, estuvieran a la altura de sus narraciones.”
Confiaba mucho en su opinión, cuando escribía el libro Cien horas con Fidel estaba impacientísimo por saber qué pensaba, confesó Ramonet, quien además comentó que consideraba a García Márquez uno de los que mejor conocía al líder histórico de la Revolución Cubana por haber tenido con él una amista muy íntima, casi confesional.
Terminó la velada de modo tan sui géneris como el propio homenajeado: con cantos yorubas y ararás por la elevación de su espíritu, para rogar por que este hombre ocurrente, que coleccionaba ediciones piratas de sus propias obras y era fanático a los boleros y guarachas cubanas, encuentre la luz que nos hizo ver a todos los que disfrutamos y disfrutaremos leyendo sus escritos.
Y para los cubanos que atesoran una dedicatoria suya, la Fundación Antonio Núñez Jiménez abrió una convocatoria: todos los que atesoren letras suyas en la tapa de algún libro u otro soporte, que lo envíe a la dirección gabo@fanj.cult.cu para conformar una colección de dedicatorias cubanas, reflejo de la amistad y el vínculo indisoluble entre Cuba y el padre de Remedios la Bella, de los Aurelianos, de la Mama Grande, y de Florentino Ariza, que vivirá mientras haya alguien que lea sus letras.
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