Si la danza fue quizás el primer lenguaje entendido de forma universal, debiera priorizarse su entendimiento de parte de quienes se encargan de la decodificación de los nuevos y viejos aires de dicho arte. La crítica, en retirada en Cuba desde hace tiempo, deja en las manos de exiguos “entendidos” la útil tarea de promover la danza. Lo que fue una lengua común se torna, entonces a través de la retórica, en indefinible.
El juicio pudiera aplicarse a las otras bellas artes, porque, mal pagada y peor enseñada, la crítica cubana languidece y apenas vemos destellos en revistas de valía y poco alcance como El Caimán Barbudo, mientras que en la prensa periódica salen textos que difícilmente sean críticos, por faltarles rigor.
Existen dos extremos a la hora de entender algo como la danza, por un lado están los que ponderan a los “balletómanos” como un gueto cerrado, con cánones y dialecto propios, y además tenemos a quienes apuestan por un minimalismo de la prensa crítica, lo cual la convierte en elemental y simplificadora. En el medio queda un público que, de existir una crítica balanceada, quizás asistiría más a los espectáculos e incluso con un cariz decodificador y participativo.
Ni hablar de los medios audiovisuales que, aunque tienen a su favor la imagen y el sonido, apuestan en la mayor parte de los casos por la reseña de los hechos y alguna valoración suelta, como quien pasa y mira algo para seguir caminando. En un país de tradición crítica, se prefiere incluso la promoción de fenómenos de masas (de ideología conservadora y paralizante) que la del verdadero arte culto.
El periodismo no es, como escuché muchas veces que lo definían en mi primer medio de prensa como reportero, “un corta y clava”. Se sabe que se trata del reto profesional quizás más completo, donde jamás se termina ese acompañamiento crítico de la realidad. La superación va más allá de la Universidad, incluso de los estudios de posgrado, porque recordemos que nuestra tradición periodística careció de academias, pero tuvo siempre avezadas plumas y revistas de profundo bregar.
Quizá una reforma en el pago al juicio útil, la distinción de aquellos que aman lo que hacen, sean caminos que ayuden a levantar el actual estado de la crítica. Hay excepciones, pero son siempre casos marginales y sin los suficientes espacios para ejercer el criterio, sin embargo, se ponderan otras líneas comunicativas poco aportativas.
Pareciera que el arte danzario, y las demás bellas expresiones, están en una dimensión que no interesa a esta en que vivimos, cuando la terrenalidad llena la existencia de tales sucesos de la cultura. Valiera la pena pensar un mejor formato para espacios como “Bravo” o “La Danza eterna” que, aunque cumplen su cometido divulgador, carecen aún de ese dinamismo comunicativo que los conecte no sólo con el gueto, sino con el gran público que deseamos llevar a nuestras salas de ballet y danza en general.
La crítica danzaria no es decir que se presentó el Ballet Nacional y que interpretaron “El lago de los cisnes”, va más allá de los virtuosismos de los bailarines, incluso de la acogida del público o las adaptaciones que pueda sufrir la obra. Se trata de ofrecer un sentido, en ocasiones asimétrico con respecto al fenómeno analizado, pero que traiga la relectura de los hechos, desde una postura autónoma. Porque el periodismo, la crítica, son artes que a tiempo merecen mecenazgo y no orfandad.
Un crítico, como lo han sido en los tiempos más recientes Rufo Caballero, Joel del Río, Rolando Pérez Betancourt, Jorge Fornet, Enrique Colina y muchos más de valía; es un creador. No se trata de ir contra la tesis del elemento diseccionado, sino de que sean visibles los entresijos del arte, sin que medie una altanería retórica ni un minimalismo que se quede en eso, en lo mínimo. Pero el crítico, ese que suele buscarse enemigos a montones, se siente desprotegido, pues no hay un paraguas que cobije su arte de las capellanías y los cabildeos o las presiones.
En el terreno de las ganancias está el Noticiero Cultural, un espacio que intenta, desde pocos recursos, la interacción con todos los públicos y el establecimiento de agendas en las bellas artes a partir de la institucionalidad. Eso nos deja ver que no es política de Estado la actual indigencia de los críticos, sino que se trata de un fenómeno marginador calcado de los centros de poder, donde la crítica es negada con vehemencia.
Cuba es un excelente espacio para la danza, pero un terreno yermo para su visibilidad, así se desconocen muchos de sus entramados o estos pertenecen a grupillos elitistas, rezagos de la clase media burguesa, que necesitan ese ridículo reducto. Eso y la prevalencia de manifestaciones del mercado para las masas, bajo el manto de cultura, invisibilizan los reales esfuerzos por un arte serio. El espacio es exiguo y mal utilizado.
¿Cuántas veces no vemos, en algunos medios emergentes, la ponderación de formas de vulgaridad comercial?, en cambio se obvia la amplia agenda que desde la política cultural se le brinda a las bellas artes y su abanico. La era que vivimos tiende al facilismo y el culto a la vida para las cosas y no para las personas. Más allá de si se trata de un plan universal o no para hacernos estúpidos, pareciera este el saldo de los tiempos.
En ese panorama, promover un espacio exigente y útil para la crítica danzaria y las demás artes, nos empodera como ciudadanos. Hasta ahora, como Juan el Bautista, el analista de las artes es una voz que clama en medio del desierto.
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