Cada año, en el mes de febrero, los nacidos en la capital cubana esperan con júbilo la Feria Internacional del Libro, el acontecimiento más trascendente del ámbito literario en la Mayor de las Antillas.
Hasta la sede oficial de la Fortaleza San Carlos de la Cabaña llegan familias enteras al encuentro con la literatura, esa que hoy se ve fuertemente amenazada —sobre todo entre los más jóvenes— por el desarrollo vertiginoso de los nuevos medios y el poco hábito de la lectura.
Como muchos otros cubanos asistí en familia a La Cabaña con la esperanza de impregnarme de ese ambiente tan especial que durante varios años he respirado allí en los días de la Feria del Libro. De emisiones anteriores extrañé la presencia de niños y jóvenes sentados en la hierba deleitándose con la lectura de un buen texto.
Sin embargo, esa no fue mi mayor sorpresa. Mi llegada a la feria estuvo marcada por otros tipos de novedades. Si dentro de La Cabaña primaba la organización y hasta la belleza en los stands de las diferentes editoriales y países, sobre todo los de Japón y China, no resultó así en el camino previo a la feria.
Evitando el sol abrazador de este “invernal febrero” muchos transeúntes emprendimos la marcha hacia La Cabaña amparados por la sombra que ofrecían los árboles de una suerte de bosquecillo que corre casi paralelo a la carretera principal. Durante mi trayecto por ese atajo improvisado no divisé carteles ni otras formas de señalética alusivas a la Feria del Libro. No había atisbos de diseño, una disciplina tan vinculada al mundo editorial.
En un tramo de esa vía estaba apostado un camión que se dedicaba a expender las clásicas paleticas de helado y ningún latón para arrojar sus envoltorios. A esos papeles se sumaban cajas de cartón y otros desechos que cualquier neófito extranjero pudiera confundir con una instalación artística y no con la mano de la desidia unida a la falta de cultura ambiental.
Creo que la calidad total de un evento no se puede medir solamente por el número de libros vendidos, la asistencia de público o por la cantidad de actividades realizadas en las diferentes sedes de la feria. El éxito de un programa cultural radica también en la capacidad previsora de sus organizadores. Para ello deben existir equipos multidisciplinarios o grupos de expertos capaces de evaluar las necesidades de la población, sin pasar por alto las regulaciones urbanísticas y la importancia del diseño para la vida diaria.
Siempre vienen a mi mente las palabras del profesor e investigador Rafael Betancourt, del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, acerca de la responsabilidad social empresarial, un término poco conocido en Cuba, pero que tiene entre sus propósitos el lograr que una empresa se preocupe por alcanzar un adecuado balance patrimonial y ambiental.
Este año en la feria se incrementaron los servicios gastronómicos, los parques de diversiones y los baños portátiles —con sus respectivos olores característicos— pero no se tuvo en cuenta que eran insuficientes los contenedores para los desperdicios generados por tantos visitantes.
En el área de la gastronomía y los servicios no se realizó un estudio de los flujos de circulación para que el espacio resultara más acogedor a los clientes. Tampoco se incluyeron áreas adecuadas para que las familias pudieran sentarse a degustar los alimentos y las bebidas bajo la sombra. Todo lo anterior tributa a la imagen que, al final, se llevan los visitantes nacionales y foráneos.
Ya es tiempo de contar con productos y servicios mejor diseñados. El mobiliario urbano, los apeaderos, las vallas informativas, los contenedores para la basura, la señalética, son elementos que sí se tienen en cuenta en otros eventos que se desarrollan anualmente, por ejemplo, en el Pabellón Cuba.
La ciudad donde vivimos es parte del ecosistema. Los servicios a la población en los espacios públicos no pueden ser asignaturas pendientes que pasen por alto leyes elementales del diseño, regulaciones urbanísticas, la cultura del reciclaje, la correcta distribución de los espacios y el empleo de tecnologías limpias para mejorar la calidad de vida, desde el punto de vista material y espiritual.
Solo así podremos inculcarles a nuestros hijos, no solo el amor por la lectura sino también la mejor manera de vivir en armonía con la naturaleza, haciendo uso de nuestros derechos y deberes en la vida urbana.
Me gustaría pensar que el próximo año no encontraré el camino de la feria como un bosque lleno de maleza, papeles y basura sino que será un preámbulo de la festividad literaria, quizá matizado por la presencia de los tan necesarios contenedores para la basura, stands para la venta de libros y también de otros productos donde esté presente la mano del buen diseño, ese que nos hará construir un país más próspero y sostenible.
Mary
15/2/18 9:21
Maya, coincido totalmente contigo, personalmente critiqué que no hubiera espacios para que la familia, luego de varias horas de colas por los stands, pudiera almorzar ó merendar con tranquilidad, bajo la sombra y cotnara con latones para los desechos sólidos.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.