Trascender las habituales relaciones entre el diseño, el mercado y el consumo fue el punto de partida para que en el año 2002 el lienzo, el hilo, los entintados, las manualidades y los deshilachados confluyeran sobre los más disímiles bocetos. Surgía un proyecto de moda en Ciego de Ávila por la unión entre dos artistas, que, aun con formaciones diferentes, supieron congeniar y crear una línea de productos genuinos que han marcado pauta en la industria cubana del diseño.
Después de una indagación en nuestros orígenes surgió el nombre de Guayza, en alusión a una deidad taína que se tallaba en amuletos y colgantes. La guayza les daría buena suerte.
A estas alturas pareciera que podrían reservarse solo para los grandes eventos o plazas por el hecho de haber mantenido durante 15 años un sello propio, a pesar de los vaivenes de nuestra “economía productiva”; por ser merecedores de tres premios iberoamericanos; elegidos para cerrar con un desfile la Semana de la Moda en Cuba y por llevar sus diseños a medio mundo.
Sin embargo, cada colección muestra códigos identitarios e innovadores que hablan, no de tópicos vacíos o repetitivos, sino de una acendrada cubanía que se reinventa lo mismo con el corte de moda que con el tejido más criollo, además pensada para todo tipo de público.
GUAYZA EN RETROSPECTIVA
La pasión por el diseño y la moda, como suele suceder, les vino a Maribel Torres y a Frank Pérez Perdomo desde pequeños, y a cada uno de modos diferentes. Frank estudió magisterio y desde niño concebía su propia ropa. Se acercaba a las costureras con una idea estampada sobre el papel y exigía el producto final tal cual lo pensó.
“En mi adolescencia recogía lo que la gente no quería, creaba e iba para casa de una amiga. De ahí salía bien vestido y a la gente le gustaba, pero por prejuicio o temor nunca decía que era el resultado de mis ideas”.
Empecinado en las grandes pasarelas y los diseños atrevidos, se presentó a una convocatoria lanzada por la filial avileña del Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC) para la captación de modelos y, aunque no tenía el tamaño ideal, aprobó el casting y la historia comenzó a escribirse en positivo.
En Sancti Spíritus conoció a Pavel Giroud que, además de director de cine es diseñador de vestuario, y a él le debe parte del empuje y la decisión de volcarse por completo a este arte.
“Nunca dejé de buscar modos para concretar mi sueño, pero me faltaban habilidades en el dibujo. Me vinculé a la ambientación y decoración, y pasé un curso de Tecnología de la Cerámica, donde aprendí más sobre formas y proporciones”.
Cuando su talento era ya una certeza, una amiga le sugiere el trabajo conjunto con Maribel, quien en la década de los 90 del siglo pasado era una artesana de renombre en la provincia, y manejaba con destreza las técnicas de la muñequería y las misceláneas.
Se acoplaron con naturalidad, aunque fueron días difíciles porque desconocían lo que cada uno era capaz de crear y aportar. Con solo tres meses de labor se presentaron en la Feria Iberoamericana de Artesanía, evento anual desarrollado en Holguín, y ganaron. Esta sería su prueba de fuego.
Después vendrían presentaciones en La Maison y la Casa de la Obrapía, y el roce con los mejores diseñadores del país. Guayza concebía su propia línea de vestuario para hombres y mujeres, que iba desde vestidos y sobretodos hasta camisas y pantalones, se alejaba de las tendencias comerciales y lograba colecciones capaces de enamorar a todo tipo de público.
Confirman que no hacen moda porque carecen, la mayoría de las veces, de la tela o el color idóneo, sin embargo, aprovechan las tendencias internacionales para imprimirle sus códigos identitarios y recrear un fenómeno estético para, a la postre, con tejidos tan improbables como la ‘tela de licra’ obtener piezas coherentes, exquisitas y con rigor artístico.
“Tratamos de demostrar la utilidad de los tejidos nacionales en la obtención de resultados hermosos, apropiados y modernos. Nuestros desfiles no son de fantasía, sino de ropas para usar. Por eso, nuestro público meta está dentro de las fronteras de la isla”.
Guayza no crea para una élite ni responde a un mercado específico, y cada confección goza de funcionalidad utilitaria y la adecuan a las exigencias epocales. Este ha sido uno de sus méritos: lograr, desde Ciego de Ávila, diseños de vestuario con un carácter nacional y universal, siempre auténticos.
TRÍADA EN EL ARTE Y LA MODA
Con un ritmo de trabajo que les permitió mostrar hasta tres colecciones al año y con una trayectoria en ascenso, se disponen a viajar a Panamá para mostrar su obra, cuando fortuitamente conocen a Nelson Domínguez, Premio Nacional de Artes Plásticas en 2009.
La propuesta salió del maestro, que en vísperas del estreno de su exposición Autorretrato, singular por el sentido innovador de incluir pintura, grabado, cerámica e instalaciones, quería, demás, insertarle la moda.
Guayza tuvo solo 15 días para elaborar las confecciones y se usó la serigrafía para imprimir los diseños sobre los paños de tela en bruto. Su estreno ocurrió en el Pabellón Cuba y la acogida fue excelente, por lo que se mantuvo este estilo de trabajo hasta que se decidió pintar en vivo.
Casi todas las piezas constituyen ejemplares originales y únicos, sin excluir el empleo ocasional de técnicas serigráficas y reapropiaciones de la serie Telarte, movimiento que en la década de los 80 del siglo pasado marcó un hito en la industria de la moda cubana. Bajo esta norma un vestido puede requerir hasta seis metros de tela y transformarse en un “cuadro andante”. Entonces, el reto estuvo en que el diseño no fuese inferior a la excelentísima pintura y que las pinceladas resultaran acompañamiento y no médula.
Para esta fecha, el pintor también sostenía relaciones de trabajo con Víctor Rafael Blanco Montaño, líder del proyecto de orfebrería Pauyet, y apostaron por la unión.
Guayza proyecta, Nelson Domínguez pinta y todo se complementa con accesorios y orfebrería salidos de los talleres de Pauyet. Esta experiencia creativa compartida tomó forma bajo el nombre de Tríada, y se presentó por primera vez en Fábrica de Arte Cubano y en la Semana de la Moda, en La Habana. La ovación fue cerrada.
Hasta la fecha son más de cien las confecciones que han visto la luz bajo este concepto y, a pesar de los éxitos, cada colección resulta un diálogo interno apresurado y un perenne desafío.
“En la moda todo es posible, pero no lo sabes todo. Por ejemplo, dijimos en una entrevista que usábamos la técnica del batik para obtener un teñido por reserva. Después supimos por Nelson que en realidad era un entintado en frío, pues lo otro es propio de las Artes Plásticas y requiere el empleo de cera y cambios constantes de temperatura para lograr variedad de matices”.
La última muestra de su catálogo fue Tributo, una suerte de recorrido por sus 15 años de creado, donde convergieron desde ropas con manualidades hasta tejido plano, la pintura y lo prêt-à-porter, a modo de celebración y recuento.
Por el momento trabajan en una nueva colección que deberá presentarse en mayo en Guadalajara, donde recurrirán a piezas más factibles para la mayoría y a pequeños detalles de pintura para “bajar” de las pasarelas sus producciones y continuar acercándolas al público. Además, incursionan en el trabajo por encargo para compañías danzarias, lo que los ha obligado a recrear otras épocas y realidades desde el diseño de vestuario.
Con un impacto directo en la manera de apreciar y deconstruir un fenómeno tan complejo como la moda, afirman que debe ser valorada en toda su dimensión simbólica y servir para educar el gusto. A veces como Guayza, y otras tantas como Tríada, avanzan y se erigen, no solo como un paradigma en el buen vestir, sino como un testimonio estético y renovador de cubanía.
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