//

miércoles, 27 de noviembre de 2024

El desafío del robot: ¿futuro sin trabajo o trabajo del futuro?

La inteligencia artificial ha socavado la premisa de que el trabajo cognitivo era exclusivo para humanos...

en Poesía de Isla 22/04/2018
0 comentarios
Robot-trabajo
según algunos científicos se acerca el momento en que podremos vernos superados por una inteligencia artificial fruto de nuestra propia tecnología.

Por: Eduardo Camin

En un atardecer soleado a las orillas del lago Leman, surge a la distancia el monolítico edificio gris de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en Ginebra, ciudad suiza señalada por Jorge Luis Borges como “la más propicia a la felicidad”, se desarrollaba un simposio sobre el futuro del trabajo. La automatización de tareas interpela a gobiernos y dirigentes; luces de alerta surgen a lo largo y ancho del Planeta por la creciente desigualdad social.

El lema de este “diálogo global” al que convocó la OIT incluyó un propósito, remarcado una y otra vez por el director general del organismo, Guy Ryder. La premisa es que los gobiernos y los referentes sociales pueden (y deben) actuar sobre lo que viene, en lugar de esperar pasivamente hasta ver que un determinado porcentaje de puestos de trabajo se haya perdido por la tecnificación. Por eso, el llamado fue a hablar del “futuro del trabajo que queremos”.

Entre las ideas en danza se habló aquí de disponer un impuesto que haga más onerosa la automatización de tareas que la contratación de personas, de reducir la jornada laboral y hasta de practicar una “acupuntura regulatoria” -tal como definió uno de los disertantes a la revisión de las normativas- para evitar que las nuevas formas de trabajo lleven a una mayor informalidad y, en definitiva, a una más grave desigualdad social.

El trabajo del futuro es un tema central, en que la OIT (integrada por gobiernos, empleadores y sindicalistas) incluyó con vistas a su centenario en 2019, el cual será especialmente analizado con la meta de elaborar un informe y recomendaciones. La institución nacida tras el fin de la Primera Guerra Mundial se enfrenta hoy a un escenario global diverso, marcado a grandes rasgos por la robotización creciente, la desigualdad en los niveles de bienestar entre países y entre personas, la precariedad de muchos empleos, el cambio climático y el envejecimiento poblacional, que trae efectos positivos pero que enciende luces de alerta, dadas las mayores necesidades fiscales y la eventual prolongación de la vida laboral.

“La inteligencia artificial ha socavado la premisa de que el trabajo cognitivo era exclusivo para humanos”, señaló en su disertación el economista británico Robert Skidelsky, quien diferenció así el fenómeno actual de otras épocas en las que también se pensó que el progreso de las máquinas afectaría al empleo. “Nos dicen ahora que el 47% de las tareas podrían automatizarse”, afirmó, en referencia a un informe hecho en 2013 por investigadores de la Universidad de Oxford, que se fijó un horizonte de dos décadas y analizó más de 700 ocupaciones. Biógrafo de John Maynard Keynes, Skidelsky recordó que en 1930 su coterráneo vaticinó que 100 años después, la jornada laboral sería de 15 horas semanales, por la caída de la carga de trabajo. Se acerca la fecha y podríamos afirmar que aquel pronóstico parece muy lejano, pero el académico de nuestros tiempos sí cree que una reducción de la jornada laboral podría ser un camino para lograr la inclusión de más personas o evitar su salida del mercado del trabajo.

En realidad, la implantación de sistemas de IA que sustituyan a los seres humanos en diversas tareas reducirá como es lógico, la demanda de la mano de obra para esas tareas. Pero este amanecer de la era de las máquinas interpela, y nos condiciona. Si fuéramos capaces de crear una inteligencia artificial equiparable a la humana, se desencadenaría un cambio radical para la humanidad. Al otro lado de este punto de inflexión, conocido como singularidad, nos esperaría un futuro dominado por máquinas ultra inteligentes. Cabría preguntarnos ¿cuál es la evidencia de esta hipótesis? ¿Cuál sería nuestro rol como especie en esta nueva era?

Debemos recordar que siempre se ha considerado que el ser humano se encuentra en la cúspide de la evolución biológica, al menos en términos de inteligencia. Sin embargo, según algunos científicos se acerca el momento en que podremos vernos superados por una inteligencia artificial fruto de nuestra propia tecnología. Es posible que el resultado de esta explosión de inteligencia sería una inteligencia no humana de una capacidad insospechada.

Recordamos al matemático británico Irving John Good que en 1965 escribió: “Definamos una máquina ultra inteligente como aquella que puede superar la capacidad intelectual de todo ser humano en no importa que actividad. Como el diseño de máquinas es una de esas actividades, una máquina ultra inteligente sería capaz de diseñar máquinas todavía mejores; habría una explosión de inteligencia y el intelecto del hombre quedaría muy atrás. En consecuencia, la primera máquina ultra inteligente será el último invento que el hombre deba descubrir”. (…) “En realidad una primera constatación que podemos realizar es que, los adelantos tecnológicos de esta ultra inteligencia serían de tal calibre que sus consecuencias humanas y sociales escapan a toda estimación presente”.

El sentido que se le da al trabajo, que no sólo estructura la vida personal, sino que también otorga la posibilidad de autodefinirse con un rol en la sociedad. Y hoy parece haber una creciente conciencia de ello. “Las encuestas muestran que la mayoría de los jóvenes quiere un trabajo que se acomode a sus ideas”, sostuvo en un panel Clementine Moyart, integrante del Foro Europeo de la Juventud, quien dijo haber pasado, a sus 30 años, por seis experiencias laborales, algo que va en línea con un signo de estos tiempos: el abandono del concepto de trayectorias lineales, para dar paso a una mayor movilidad.

¿Hay que frenar la velocidad de los cambios para atenuar el impacto personal y social? Para Skidelsky debería haber estrategias para ralentizar el proceso y dar tiempo a las personas a adaptarse. Él es impulsor de un impuesto a la robotización y de la creación de un fondo para capacitar trabajadores. Mientras tanto Ryder, desde la conducción de la OIT sostuvo que “En mi opinión no es muy realista la idea del impuesto; sí creo que debemos gestionar la manera en que la tecnología se está introduciendo en el mundo del trabajo”.

Pero cuánto empleo podría perderse por esa intromisión es algo sobre lo que no se arriesgaron estimaciones. Sí se mencionó que, desde hace décadas, la productividad crece más que el empleo y que, si bien las nuevas tecnologías crean nuevas ocupaciones, el consenso indica que el saldo final sería negativo. Un informe reciente de la OIT proyecta que en 2018 se sumarían entre 2,7 a 3 millones de desocupados a los 201 millones actuales, fruto de que el número de quienes buscan ocupación crecerá más que la cantidad de puestos. El informe señala también que las ocupaciones vulnerables representan el 42% del total.

Según el debate que hubo en la OIT, a los desafíos ya de vieja data como el que plantea la desigualdad, se agrega ahora el que representan las “economías de plataforma” o colaborativas, como el caso de Uber. ¿Existe o no una relación laboral? Y en tal caso, ¿cómo debería regirse? El tema admitió aquí diferentes opiniones. “Nos dicen que alguien que trabaja en un coche como conductor es autónomo, cuando en realidad está empleado”, señaló por caso Philip Jennings, secretario general de la Unión Global de Sindicatos de Servicios, con sede en Suiza.
En el nuevo escenario hay al menos dos fenómenos sociales en los que se centran las expectativas de generación de puestos: el cambio climático, que despertó interés por el cuidado del medio ambiente, y el envejecimiento poblacional, que llevaría a generar empleos vinculados al cuidado de adultos mayores. Sin embargo, se hicieron dos observaciones con respecto a este punto: se advirtió que trabajar con personas mayores es algo que requiere de una vocación muy definida y se puso en duda si habrá una demanda significativa de esos trabajadores, ya que las familias necesitarán ingresos para pagar los servicios. O, en todo caso, según alguien se preguntó, habría que evaluar cómo se financiaría un eventual derecho de ancianos a recibir asistencia.

Esa y otras cuestiones dependerán de las estrategias de los Estados y los organismos transnacionales. Pero para muchos está claro que ni la normativa de los países ni los convenios de la OIT por sí solos cambian algo en la vida real, sino que ello ocurre si existen controles y un compromiso político y social.

Confianza, representatividad y solidaridad son conceptos que destacaron algunos oradores, con la mirada puesta más allá de la cuestión legal. Uno de ellos fue el ex director del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo Social de Naciones Unidas, Thandika Mkandawire, quien advirtió que crear instituciones no es suficiente. Y sentenció: “Ni deberíamos preocuparnos por los robots si estuviéramos basados en la solidaridad”. La Comisión elaborará un informe independiente sobre la forma en que se podrá forjar un futuro del trabajo que ofrezca oportunidades de empleo decente y trabajo sostenible para todos. Este informe será sometido a consideración de la reunión del centenario de la Conferencia Internacional del Trabajo en 2019.

La OIT quedo una vez más atrapada entre el laberinto de las injusticias sociales actuales y los desafíos del futuro, la robotización y la inteligencia artificial. Pero ante estos desafíos la única exigencia implícita es la razón como búsqueda de soluciones a un problema.

En el 2014 el sueco Nick Bostrom. Director del instituto para el Futuro de la Humanidad en le Universidad de Oxford, advertía lo siguiente: Ante la perspectiva de una explosión de la inteligencia, nosotros los humanos somos como niños que juegan con una bomba. Tal es la desproporción entre el poder de nuestro juguete y la inmadurez de nuestra conducta. La superinteligencia es un reto para el cual no estamos preparados y no lo estaremos hasta de aquí a mucho tiempo. No tenemos idea de cuando se va a producir la explosión, pero si nos acercamos el aparato al oído podemos oír un leve tictac, tictac.” Algo que deberíamos reflexionar.

* Periodista uruguayo, exdirector del semanario Siete sobre Siete. Miembro de la Asociacion de Coresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)


Compartir


Deja tu comentario

Condición de protección de datos