Aquella artista francesa, nacida en Suiza de padres judíos, vino al mundo en la miseria.
De niña, salía a las calles, para cantar y declamar por unas monedillas.
Pero el arte vibraba incontenible en ella y, pasado el tiempo, fue la gran trágica que puso de pie al público en teatros de París, Londres, Bruselas, San Petersburgo.
Aunque nunca se casó, en amores picó alto, pues fue nuera informal de Napoleón, y amante de Napoleón III.
Charlotte Brontë se inspiró en ella para un personaje de novela, y hasta un color de polvo facial llevaba su nombre.
A mediados del siglo XIX, Elisabeth Félix (1821-1858), conocida como Mademoiselle Rachel, está en La Habana al frente de una compañía de veinte artistas.
Un fracaso que, sin embargo, dejó sus frutos
San Cristóbal de La Habana hierve de impaciencia por ver en la escena a la actriz visitante, quizás en la obra Horacio, de Corneille, o en Fedra, de Racine. Para la prensa habanera, no parece haber otro tema de interés que no sea la trágica eminente.
Ah, pero Mademoiselle Rachel, en un hotel de El Prado, castañetea de fiebre: tiene los pulmones minados, sin remedio, por la tuberculosis.
Su médico le prohíbe que suba al escenario, así que Rachel decide disolver la compañía, y regresar a París, vía Nueva York. De manera que los habaneros se quedarán con las ganas de admirar a la actriz judía, suiza y francesa.
Pero, ¿acaso no rindió ningún fruto aquella visita? Sí lo tuvo, como se verá enseguida.
No hubo actuación, pero sí un libro
Acompañaba a Rachel el actor y novelista León Beauvallet, quien se movió como un bólido por todos los rincones de una ciudad que se le antoja mitad española y mitad morisca.
Se embelesa con el aire voluptuoso de las lindas criollas. Está presente en un baile en El Prado. Asiste a la retreta de la Plaza de Armas, que le parece un lugar maravilloso. Se atraganta de tomar tantos ponches y limonadas. Observa nuestra escandalosa Nochebuena. Ve danzar a los africanos en la Fiesta del Día de Reyes.
Y, de toda aquella mezcolanza, saldrá su libro, Rachel y el Nuevo Mundo, que hoy, en pleno siglo XXI, es bibliografía obligada para conocer La Habana de aquellos días decimonónicos.
En fin, parece que el viaje de la actriz sí rindió algún fruto.
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