Los mecanógrafos que eran de la tercera edad o casi estaban al llegar a ella en la década de los años 80 del siglo pasado, miraron con recelo la entrada de las máquinas de escribir eléctricas y en la mayoría de los casos rechazaron usarlas.
Uno de aquellos adultos de avanzada edad se familiarizó con la modernidad de la época, y cuando más embullado estaba con aceptarla, una interrupción eléctrica de las que comúnmente se llaman apagón (y de varias horas) le hizo denostar de la tecnología y apegarse más a los artefactos mecánicos.
La anécdota vino al caso cuando a mediados de la dura década de los años 90 (llamados de período especial) intenté inútilmente convencer a los jóvenes encargados de organizar la impresión de una publicación, en opción de cero combustible, de que lo mejor no era almacenar lingotes de plomo para fundir las letras, sino usar computadoras portátiles.
En vano argumenté que si no había electricidad sería imposible derretir aquellos quintales de plomo para convertirlos en moldes tipográficos, y mucho menos logré que entendieran cómo funcionaba una laptop.
Hace un par de semanas, al constituir una especie de club de periodistas jubilados, uno de ellos me dejó mudo porque no supe qué responder a su pregunta sobre aquellos equipos (incluidos los lingotes de plomo) trasladados hace ya casi tres décadas a una cueva de las montañas del Escambray para imprimir el boletín en caso necesario.
Cuando atiné a decir: “No sé, pero ya eso no debe servir”, el colega agregó rápidamente: “Y en aquella época ya tampoco casi servían porque eso era tecnología obsoleta y no había invento que los echara a andar si se rompían”.
Y para que no hubiera espacio a dudas fundamentó: Es como las máquinas de escribir esas que vamos a poner aquí en un museo para que los periodistas nuevos sepan con qué escribíamos. Si alguien las quiere usar, sencillamente no podrá porque ya no hay cintas entintadas, y tampoco piezas de repuesto.
Con estos pensamientos cuestiono la opinión de que las nuevas tecnologías no son para los viejos, mientras observo a una pareja de ancianos en la zona Wifi-Etecsa del parque Vidal, en Santa Clara, chatear mediante un moderno teléfono celular con alguien que está allende los mares.
Cuando se habla de inmigrantes y nativos digitales no creo que los primeros no puedan llegar a usar esas nuevas tecnologías con la misma soltura de quienes nacieron con ella y hasta superarlos. Eso se va notando también en los cajeros automáticos donde los ancianos resuelven sus necesidades de extraer dinero con el aprendizaje (más o menos rápido o lento) de cómo hacerlo.
En el mundo la modernidad se va imponiendo, y en Cuba se ha comprobado que existe dominio de la tecnología y nadie la rechazará porque ni la informatización ni la robotización dejarán sin empleo a nadie, sino que vendrán a resolver la falta de fuerza de trabajo que disminuye por envejecimiento poblacional, baja natalidad, fluctuación laboral y emigración.
Las nuevas tecnologías no son exclusivamente para los jóvenes. Gracias a ellas muchos jubilados más se podrían reincorporar a la vida laboral mediante el teletrabajo en aquellas labores donde sea posible, y un ejemplo son notas estas publicadas cada viernes, que las hago llegar desde casi 300 kilómetros de distancia.
Elias Garcia
26/3/19 11:57
Artículo muy interesante! Uno de los estereotipos de la sociedad actual es que el uso de las tecnologías se asocia por principio a la gente joven. Pero esto no debe entenderse como que están negadas para las personas de diferentes edades, sean niños o mayores.
Las nuevas tecnologías son instrumentos de cultura y pensamiento. De forma que su no utilización lo que repercute es a la marginación de un colectivo que no pueda beneficiarse de sus posibilidades. Los mayores son una fuente inagotable de sabiduría y la tecnología es básica para ellos, ya que puede acercarles a sus seres queridos, ayudarles a llevar un control de sus medicamentos y para divertirse.
Paloma
22/3/19 15:10
Saludos estimado Chang, para beneplácito nuestro estas tecnologías nos permiten disfrutarlo cada viernes a través de sus crónicas que para personas como yo que hace rato arribamos a la tercera edad, nos convida a rememorar acontecimientos de nuestra juventud. Y sí, estoy de acuerdo con que los "inmigrantes" podemos aprender con más o menos rapidez, toda vez que a nuestros años resulta muy novedoso y atractivo interactuar en las diferentes modalidades (juegos, e-mail, chat, etc.) sin desestimar que la internet es una ruta casi infinita para conocer otras culturas y estar al tanto de disímiles acontecimientos en tiempo real un buen número de ellos.
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