Pragmáticos hasta el cinismo, en todos los tiempos, imperialistas y reaccionarios han asumido preceptos y tácticas de sus adversarios. En 312, el emperador romano Constantino I adoptó la fe cristiana; y en fecha más reciente, frente a las guerrillas revolucionarias latinoamericanas, Estados Unidos inventó la contrainsurgencia y el conflicto de baja intensidad. Para neutralizar la rebeldía hippy, la publicidad convirtió en moda el desaliño; y como respuesta al terrorismo de matriz islámica la Comunidad de Inteligencia legitimó sus tácticas.
Este mimetismo oportunista caracteriza a Estados que, en violación de leyes y doctrinas que constituyen su filosofía y forman la base de su ordenamiento jurídico, practican un “relativismo legal y moral” y una interpretación torcida de lo políticamente correcto para justificar los daños colaterales, aunque estos se refieran al sufrimiento y la muerte de civiles inocentes y las ejecuciones extrajudiciales, no solo de cabecillas terroristas confesos, sino también de líderes y activistas políticos, incluso científicos.
Para confrontar a terroristas fanáticos y violentos, que consideran enemigos a todos los que no comparten su fe, toman como escenario cualquier lugar del planeta y, como blancos, comunidades humanas. Algunos gobiernos, particularmente Estados Unidos e Israel adoptan prácticas ante las cuales se esfuma la coherencia entre lo legal, lo moral y lo políticamente correcto.
Con abrumador respaldo mediático se han instalado precedentes incompatibles con derechos consagrados, entre ellos la soberanía nacional, los cuales convierten en consuetudinarios hechos que, al reiterarse, tolerarse, incluso aplaudirse; se incorporan a la conciencia jurídica. La exhortación del presidente George Bush de estar listos: “…Para atacar 60 o más rincones oscuros del mundo” y el concepto de “guerra preventiva” son evidencias de esos comportamientos.
Es difícil no recordar que en 1989 Panamá fue invadida por Estados Unidos para capturar a su jefe de gobierno (de facto), Juan Antonio Noriega, y más recientemente se ha tornado frecuente la invasión por tropas especiales norteamericanas a países independientes, incluso aliados, para realizar operaciones punitivas, como ha ocurrido en Pakistán, Libia y Somalia; y que, en el caso de Osama bin-Laden, tenía como objetivo consumar una ejecución extrajudicial.
Otro ejemplo es el controvertido uso de los “drones”, una tecnología militar que, incluso con la oposición de los gobiernos, se ha utilizado en operaciones aéreas con mando a distancia para liquidar a presuntos o confesos terroristas en ambientes urbanos, donde suelen ocasionar la muerte a personas inocentes. En Palestina, Israel no vacila en emplear la aviación de caza para ultimar a individuos en viviendas o viajando en automóviles por concurridas avenidas.
Un precedente jurídico y moralmente inaceptable y que ni siquiera el presidente de Estados Unidos ha podido resolver por oposición del Congreso de su país, es el de la cárcel instalada en la base naval norteamericana en Guantánamo, que, además de centro de tortura, es eje de una trágica ficción jurídica.
Debido a que los internos en Guantánamo no están en territorio norteamericano, no le son aplicables los derechos inscriptos en la Constitución de aquel país, aunque sí los castigos previstos por las leyes Patrióticas y de Comisiones Militares. Se trata de un insólito caso de aplicación mediatizada y selectiva de la ley.
El terrorismo debe ser combatido y perseguido, mas la indignación frente a semejante aberración no puede proveer de patentes de corso. Allá nos vemos.
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