Aunque sin tirar del mantel, el presidente Barack Obama acaba de abrir un paréntesis en las relaciones con Rusia, lo que seguramente dará lugar a una respuesta que presumiblemente el liderazgo ruso calibrará para no sobredimensionar el diferendo.
Seguramente no se trata de un retorno a épocas pasadas, sino de un intento por reajustar las relaciones entre las dos potencias militarmente más poderosas del planeta, aunque con asimetrías económicas y grados de influencia política que favorecen a Estados Unidos.
Desaparecida la Unión Soviética, sin disparar un misil, Estados Unidos se proclamó ganador de la Guerra Fría y explotando el éxito, miró para otro lado y alentó cuanto pudo el proceso mediante el cual la segunda superpotencia del planeta fue despedazada, saqueada y colocada al borde la ruina y el colapso económico, entre otros por la “mafia rusa” que movió inmensos capitales hacia occidente.
En ese período, a las concesiones asumidas por Gorbachov como parte de los reajustes a que fue sometida la política exterior soviética en la época de las perestroika, se sumaron los esfuerzos de Boris Yeltsin, quien mientras gobernó a Rusia entre 1991 y 1999 realizó extraordinarios esfuerzos para limar asperezas, aproximarse a Estados Unidos, incluso convertirse en su socio.
Aunque sin desmentir esa orientación de la política exterior, desde 1999, el presidente Vladimir Putin, ha trabajado exitosamente para detener la caída y reflotar la economía rusa, rehabilitar el poderío militar heredado de la Unión Soviética y combinar el entendimiento con los Estados Unidos con una actitud de contraparte en algunos escenarios internacionales, que le han permitido recuperar algún protagonismo, sin llegar a lo que fue la Unión Soviética que, además de con los misiles contaba con aliados.
Conflictos como los de Irán y Corea del Norte y más recientemente Siria, alianzas como los BRIC, el Grupo de Shanghái y otros así como posicionamientos ante la instalación escudos antimisiles, centros de radares e instalaciones militares norteamericanas en territorios ex soviéticos y los avances de la OTAN hacía las fronteras rusas, han estimulado una retorica, que si bien no impide los designios imperiales, alimenta nostalgias y actitudes nacionalistas internas y crean expectativas en ciertos sectores de la izquierda antiimperialista en diferentes lugares, incluyendo América Latina.
En esos contextos y luego de la experiencia de Libia, Rusia decidió mostrarse firme respecto a Siria, provocando la paralización de las maniobras norteamericana en el Consejo de Seguridad, lo cual unido a la colaboración con Teherán, incluyendo el tema del uso pacífico de la energía nuclear y más recientemente el caso de Edward Snowden, dieron a Estados Unidos la oportunidad de para probar la viabilidad de un trato diferente respecto a Rusia.
De alguna manera, debido a la ausencia de componentes militares en el diferendo actual, a la falta de interés y de motivaciones para emplearlo, el poderío nuclear ruso, en cierta medida es políticamente inoperante. Estados Unidos y el mundo temen más a una bomba atómica o a un cohete en poder de Corea o Irán que a los miles que posee Rusia.
Un elemento de incertidumbre en este contencioso radica en la evaluación de la retaguardia de cada uno de los involucrados. Mientras al mostrarse enérgico frente a Rusia, Obama contará con el apoyo y la simpatía del Congreso, los países aliados y la opinión pública norteamericana; no ocurre lo mismo con el presidente ruso que deberá contar con rangos de oposición interna e internacional. Las próximas semanas aportaran nuevos elementos. Allá nos vemos.
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